Un pentagrama en el Sobrarbe
Fachada de la Casa Sampietro, Lecina (Huesca). Siglo XVI. Crédito: Javier García Blanco.
Después de unas breves pero merecidas vacaciones aprovecho un momento de calma antes de la tempestad para compartir con vosotros otro ejemplo de la presencia del símbolo del pentagrama, en este caso en un marco arquitectónico. En el mes de mayo estuve unos días de viaje por el norte de la provincia de Huesca, y tuve la ocasión de visitar varias poblaciones de la bellísima comarca del Sobrarbe. En una de ellas, el pequeño y pintoresco pueblecito de Lecina, perteneciente al municipio de Bárcabo, y muy cerca del Parque Natural de la Sierra de Guara me encontré con una grata sorpresa. La localidad, hoy con una escasa población (en 1981 contaba apenas 20 habitantes), goza sin embargo de una gran riqueza arquitectónica, cultural y natural, por lo que si tenéis oportunidad, aprovecho para animaros a visitarla.
A las afueras de la población se encuentra una milenaria encina que ocupa 600 metros cuadrados, y ya en el casco urbano se conserva la iglesia de san Juan Bautista (del siglo XVIII), así como notables ejemplos de arquitectura típica de la región, en cuyos muros aún se conservan buenas muestras de blasones familiares. En una de estas viviendas, conocida como Casa Sampietro (la foto que abre este post), en la plaza principal del pueblo, me topé con la inesperada presencia de un pentagrama. La casa fue construida en el siglo XVI, y en su fachada, restaurada no hace muchos años, destaca una puerta enmarcada por un arco apuntado, con el blasón de la familia, y un poco más arriba se observa un alfeizar con varios símbolos: uno de ellos es un monograma del nombre de Cristo (IHS), otros dos son motivos geométricos con pétalos –bastante frecuentes en la región–, una especie de escudo con líneas verticales y, en medio, el citado pentagrama.
Pentagrama en el alfeizar de la Casa Sampietro, Lecina (Huesca). Crédito: Javier García Blanco.
He intentado localizar información sobre el posible significado de este pentagrama, pero ha sido en vano. Dada su ubicación –en la fachada del edificio–, lo más probable es que posea un sentido apotropaico –de protección frente al mal–, una hipótesis que se confirmaría con la presencia del monograma de Cristo, y la existencia de ejemplos similares en siglos pasados con tales usos. De este modo, se protegería a los moradores de la casa, y se evitaría la entrada del mal en su interior. Curiosamente, en el mismo pueblo se conserva una llamativa chimenea con un espantabrujas, y en numerosos pueblos de la región y otros puntos del Pirineo son habituales los esconjuraderos, construcciones abiertas a los cuatro puntos cardinales destinadas a esconjurar o ahuyentar las tormentas. Precisamente, en la localidad de Almazorre, que también tuve la ocasión de visitar, cuenta con un hermoso ejemplo.
Esconjuradero de Almazorre (Huesca). Crédito: Javier García Blanco.
En cualquier caso, es posible que tuviera también otro significado que se me escapa, por lo que si algún lector del blog conoce bien la región y ha tenido la ocasión de averiguar algún dato más extenso y exhaustivo sobre este u otros ejemplos de la región, sería un placer que lo compartiera con nosotros.
Entradas relacionadas:
-El simbolismo del pentagrama (y II)
-El simbolismo del Sello de Salomón
El manuscrito Ripley
Llevaba algún tiempo retrasando un post sobre el Manuscrito Ripley, pero al ver hoy que hablaban de él en el magnífico blog BibliOdyssey no he podido resistirme más Por ahora me limito a traducir del inglés lo que explica Peacay en su blog (encontraréis el texto al final de la laaaaaarga imagen), pues difícilmente se podría hacer un resumen mejor. Sin duda alguna, una de las más bellas obras de arte relacionadas con la alquimia.
George Ripley (?1415-1490) no permitió que su condición de monje agustino en Yorkshire le impidiera mejorar su educación en alquimia viajando por toda Europa. Tras pasar algún tiempo en Francia y Alemania, Ripley se estableció en Roma durante unos 20 años con apoyo papal.
A su regreso a Inglaterra en 1477, supuestamente Ripley ya estaba en posesión del secreto de la transmutación. Algunos creen que las considerables donaciones dadas por Ripley para ayudar a los Caballeros de la Orden de Malta en su guerra contra los turcos procedían de su producción de oro a base de metales. Esto sólo mejorado su reputación y naciente fama.
Ripley fue uno de los primeros en publicar trabajos del renombrado alquimista del siglo XIII, Raymond Lull. En sus propios escritos, en doscientos o más manuscritos, "Ripley adoptó una aproximación alegórica a la alquima, y sus escritos más importantes son su Compound of Alchemy, en verso, que describe el proceso alquímico como la experimentación de las doce etapas o "Puertas", y su emblemático 'Ripley Scrowle' (Rollo o Manuscrito Ripley)".
El destacado Manuscrito Ripley es, en pocas palabras, un manuscrito alquímico que muestra la producción de la Piedra Filosofal (el escurridizo ingrediente que produce oro incorruptible mediante metales menores; y/o el Elixir de la vida) en criptogramas pictóricos.
En realidad hay veintiún "manuscritos Ripley", conservados en destacadas instituciones del Reino Unido (en su mayoría) y los Estados Unidos. La mayoría de ellos –incluyendo la versión de Yale que acompaña estas líneas– comparten características gráficas similares y son consideradas como un único tipo. Cuatro de estos rollos son tan diferentes al resto que son agrupados juntos como un segundo tipo. Todos ellos fueron copiados de un trabajo original anterior que podría datar de finales del siglo XV. Aunque de tamaños variables, la mayoría de estos rollos tienen una longitud de unos 25 pies [unos siete metros y medio] y aproximadamente un pie y medio [cincuenta centímetros] de anchura.
El nombre de Ripley está asociado con los rollos porque su poesía alegórica está incluida en muchas de las versiones tardías. (Se ha sugerido que la pezuña de caballo que tiene el bastón sostenido por la figura del final de la imagen constituye su 'firma'). Los veintiún rollos fueron creados tras la muerte de Ripley, en los siglos XVI y XVII. La versión que acompaña estas líneas data de una fecha cercana a 1570. Algunos de los manuscritos están descoloridos o gravemente dañados, por lo que el 'rollo' conservado en Yale es definitivamente el de mejor calidad entre los que se conservan.
Soy reacio a profundizar mucho en el complejo simbolismo presente en el rollo, tanto porque los más interesados encontrarán mejores fuentes de información como porque se trata de un lenguaje esotérico y es generalmente resistente a una reducción simplista. La interpretación requiere de la contemplación de todos los componentes visuales y la forma en que interactuan unos con otros en combinación con los elementos textuales.
Podría ser fácil, por ejemplo, identificar la figura de la parte superior como un alquimista (quizá Hermes Trismegisto) y un puñado de símbolos alquímicos en círculos encadenados a un libro sagrado y una variación de la icónica caída de Adán y Eva desde la escena de la gracia; el pájaro de Hermes picoteándose su propia ala para amansarse, o cualquier número de emblemas visuales que tienen posibles significados con referentes fuera del rollo. Pero es el papel que juegan todos estos símbolos en la críptica totalidad del trabajo en el que se encuentran lo que deja a un lado cualquier deducción parcial.
Según explica Peacay, si tenéis una cuenta PRO de Flickr! podéis descargaros la versión en alta resolución de la imagen que os muestro aquí (Actualización: Peacay ha tenido el detallazo de subir la imagen en alta resolución a Wikimedia Commons. Podéis descargarla aquí o verla completa pinchando en la imagen superior). De todos modos, en la web de la Biblioteca Beinecke de libros y manuscritos raros, de la Universidad de Yale, podéis ver imágenes de gran calidad del manuscrito Ripley, "diseccionado" por framentos. Peacay también comenta en su post que, desde el 20 de enero y hasta el 18 de abril de este año, esta joya alquímica estará en exposición en dicha universidad, dentro de la muestra "Book of Secrets: Alchemy and the European Imagination". Así que ya sabéis. Si tenéis la suerte de estar por los EE.UU. en esas fechas, podéis echarle un vistazo de cerca.
Ahora mismo no tengo tiempo, pero si consigo un rato libre actualizaré este post con las notas que yo tengo sobre el manuscrito Ripley, y que podrían complementar esta entrada. Ya avisaré.
Enlace a artículo original en BibliOdyssey, aquí.
* Más información sobre el Manuscrito Ripley:
Entradas relacionadas:
-El laboratorio del alquimista I (II, III, IV, V y VI)
El secreto del dios Mitra
Cada año, millones de turistas “armados” con cámaras toman las calles de Roma con el objeto de visitar los rincones más característicos de la ciudad: el Coliseo, la ciudad del Vaticano, las distintas piazzas, el Panteón, el Foro Romano… Sin embargo, a menudo otros enclaves de la urbe pasan desapercibidos a ojos del turista medio, a pesar de que cuentan con un interés histórico, artístico y religioso igual o mayor que el de los lugares más populares. Ese es el caso de la basílica de San Clemente, un templo del siglo XII situado a escasa distancia del célebre Coliseo y que por desgracia suele quedar eclipsado por éste. No obstante, algunos visitantes llegan hasta allí atraídos por los bellos mosaicos que representan escenas de la vida del pontífice que da nombre al templo. Pero curiosamente, algunos de los elementos más destacados de este enclave no son visibles a primera vista, sino que se encuentran “escondidos” en el subsuelo del mismo.
En 1857, el dominico irlandés Joseph Mullooly –en aquellas fechas prior de San Clemente–, decidió iniciar unas excavaciones para sacar a la luz el antiguo templo de época paleocristiana que, gracias a diversas fuentes históricas, se sabía descansaba bajo los cimientos de la actual basílica. El padre Mullooly logró su objetivo, pero además hizo otros hallazgos que nadie esperaba. Además de los restos del templo paleocristiano del siglo IV, los trabajos detectaron otros dos niveles inferiores, uno correspondiente a casas romanas destruidas durante el incendio de Nerón y otro, más importante, correspondiente al siglo II. En este estrato intermedio, aparecieron una mansión donde al parecer se celebraron reuniones de cristianos primitivos (conocida como Titulus Clemens) y también un bloque de “apartamentos”, en el que aguardaba una sorpresa aún mayor: un spelaeum o santuario dedicado al dios Mitra, en el que los miembros de este culto mistérico celebraban sus ceremonias secretas y sus ritos iniciáticos.
MITRA, EL DIOS DE LA LUZ
De los variados cultos mistéricos que florecieron en época grecorromana (como los de Eleusis, Dionisios, la Magna Mater o Isis), el más singular y misterioso de todos ellos fue, sin duda alguna, el mitraísmo. Las llamadas “religiones de Misterios” se caracterizaban por ser cultos de carácter esotérico e iniciático, en los que se celebraban ritos secretos cuyas enseñanzas sólo podían ser aprendidas por los iniciados. Actualmente, la mayoría de los estudiosos tienden a creer que los secretos que descubrían quienes habían sido iniciados en los Misterios guardaban relación con la revelación de la supervivencia del alma tras la muerte, una salvación que se obtenía mediante la participación y la iniciación en los propios Misterios. Por desgracia, los detalles concretos sobre los rituales, iniciaciones y doctrinas de estos cultos son en la mayoría de los casos muy escasos, en gran medida a causa del carácter esotérico y secreto de dichas prácticas. En el caso del mitraísmo, esta ausencia de información es mucho más acusada, pues los especialistas únicamente cuentan con referencias difusas y poco fiables recogidas en muchos casos por autores cristianos que atacaban sin piedad las creencias y prácticas mitraicas, que se iniciaron en torno al siglo I a.C. y tuvieron su mayor apogeo a finales del siglo II y comienzos del III, para desaparecer por completo en las postrimerías del siglo IV.
Por este motivo, los historiadores de las religiones cuentan únicamente con la iconografía reflejada en las obras de arte encontradas en algunos mitreos para intentar desvelar el contenido religioso y las doctrinas del mitraísmo. Para complicar aún más el asunto, se da la circunstancia de que el primer estudio serio sobre el culto a Mitra no apareció hasta una fecha tan reciente como 1913, cuando el erudito belga Franz Cumont publicó Los Misterios de Mitra, cuyas conclusiones estuvieron vigentes durante buena parte del siglo XX. Pese a las dificultades, gracias a los distintos estudios realizados desde el trabajo de Cumont, los investigadores han logrado reconstruir, con cierta fiabilidad, el relato mitológico asociado a Mitra, y con él las posibles ceremonias realizadas en estos santuarios.
Según dicha mitología, Mitra –representado como un joven tocado con un gorro frigio y provisto de un puñal– había nacido de una roca, tal y como representan numerosos relieves, como el conservado en uno de los nichos del mitreo de San Clemente. Siguiendo órdenes del dios Apolo enviadas por un cuervo (uno de los animales que aparece representado siempre junto a nuestro protagonista), Mitra recibió el encargo de encontrar y sacrificar a un toro que poseía el don de la fertilidad y la vida.
Cuando finalmente lo localiza, Mitra consigue dar muerte al animal, derramando su sangre vivificadora sobre la Tierra, llenándolo todo de vida. Al olor de la sangre, otros animales acuden al encuentro de la bestia moribunda: un perro, una serpiente y un escorpión (este último suele ser representado agarrando con sus pinzas los testículos del toro, un claro símbolo de potencia fertilizadora), que estarían simbolizando, según algunas interpretaciones, la entrada del mal en el mundo.
Esta escena de la muerte del toro, conocida como tauroctonía, aparece una y otra vez en todos los mitreos hallados hasta la fecha. Tras el sacrificio, Apolo se unió a Mitra para celebrar la victoria, festejándola mediante un banquete. Este punto del relato parece ser uno de los momentos importantes de los cultos mitraicos, pues en los santuarios –como es el caso del triclinium de San Clemente– suelen encontrarse bancos corridos de piedra a ambos lados del altar, que al parecer eran ocupados por los iniciados durante la celebración de un banquete ritual. Después de la celebración, las escenas de las piezas de arte mitraico representan a Mitra subiendo a un carro con Apolo, siendo transportado directamente a los cielos.
Junto a este carácter fertilizador de Mitra, los especialistas coinciden en señalar que estos Misterios tuvieron un fuerte simbolismo cósmico. Esto es especialmente detectable en la forma y disposición de los propios mitreos, siempre recintos en forma de caverna subterránea, con techos abovedados, que aluden sin duda al Cosmos. Este mensaje está remarcado en muchos mitreos, como ocurre en San Clemente, pues la bóveda aparece decorada con estrellas –hoy muy difuminadas– que representan el firmamento. En otros casos, los astros aparecen plasmados en la túnica del propio Mitra. En el recinto descubierto bajo la basílica romana hay también otros detalles que refuerzan aún más este sentido cósmico: encontramos once aberturas en el techo que representarían a las siete esferas de los planetas de la cosmología platónica, además de las cuatro estaciones. Por otra parte, muchos relieves mitraicos muestran, además de la habitual tauroctonía, la representación de dos figuras masculinas que portan antorchas: Cautes y Cautopates. El primero sostiene la antorcha apuntando hacia arriba, simbolizando el “ascenso” del sol que se inicia con el solsticio de invierno, mientras que el segundo señala con su antorcha hacia abajo, representando el solsticio de verano y el comienzo del “declive” del sol, con el que Mitra –dios de luz– se identificaba. En otras ocasiones, Cautes y Cautopates van acompañados de un toro y un escorpión respectivamente, representando entonces las fechas de los equinoccios. A todos estos detalles hay que sumar que otras representaciones mitraicas incluyen también representaciones del sol y la luna, además de los doce signos del zodíaco.
En función de estas escenas y siguiendo la historia mitológica reconstruida gracias a la iconografía, los investigadores concluyeron que Mitra era considerado el dios responsable del movimiento de las estrellas, además de ser el Creador (algunas inscripciones aluden a él como “Padre Creador”) y que su hazaña del sacrificio del toro permitió la armonía, regeneración y revitalización del Cosmos, como parece demostrar una frase descubierta en otro mitreo, el de Santa Prisca: “Y él nos salvó mediante el riego de la sangre eterna”.
UN MAPA ESTELAR
Durante décadas, esa ha sido la interpretación defendida por la mayoría de lo historiadores. Sin embargo, en las últimas décadas del siglo pasado, varios profesores universitarios plantearon una hipótesis fascinante. En 1989 uno de ellos, el orientalista David Ulansey, publicaba un artículo en la revista Scientific American, en el que defendía que las representaciones de la tauroctonía, como la que puede contemplarse en San Clemente, eran en realidad un “mapa estelar” en toda regla.
Según Ulansey, el sacrificio del toro no representa un episodio puramente mitológico, sino un fenómeno astronómico cuya existencia se descubrió, precisamente, coincidiendo con la aparición del culto mistérico de Mitra: la precesión de los equinoccios. En la Antigüedad, se creía que la Tierra era el centro del Universo y que la llamada “esfera de las estrellas fijas” giraba en torno a ella, aunque se consideraba que su eje estaba fijo. La precesión de los equinoccios consiste en que el eje de rotación terrestre sufre una especie de “bamboleo” (similar al de una peonza), lo que motiva que el ecuador celeste se bambolee también, provocando un alteración de la posición relativa del ecuador y la eclíptica (la línea imaginaria que recorre el sol durante un año respecto del fondo de “estrellas fijas”). Por este motivo, la posición de nuestra estrella se “retrasa” a lo largo de la eclíptica, de modo que cada año, el equinoccio se produce un poco antes. Se trata de un proceso muy lento, que tarde en completarse algo más de 25.000 años, pero que cambia irremediablemente el aspecto del firmamento. Así, según Ulansey, aunque en la actualidad durante el equinoccio de primavera el sol se encuentra en la constelación de Piscis, en época romana estaba en Aries y, en torno al 2000 a.C., se encontraba en Tauro. Y ahí, según el estudioso estadounidense, está la clave de la tauroctonía representada en San Clemente y, por consiguiente, el secreto de los Misterios de Mitra.
Aproximadamente hacia el 125 a.C., Hiparco de Nicea descubrió la precesión de los equinoccios. Vio que la esfera de las “estrellas fijas” se “bamboleaba” y determinó que algo o “alguien” era el culpable. En opinión de Ulansey y los defensores de esta hipótesis, Mitra sería dicha fuerza: un nuevo dios tan poderoso que era capaz de “mover” el universo. Pero, ¿en qué se apoya exactamente Ulansey para defender la “teoría estelar”? Si nos fijamos en las imágenes de la tauroctonía con los datos ofrecidos por Ulansey, los animales y los objetos allí representados adquieren otra lectura: el toro, el perro, la serpiente, el escorpión, el cuervo, el propio Mitra e incluso una copa y el león que también aparecen en ocasiones sería representaciones de las constelaciones de Tauro, Canis Minor, Hidra, Escorpio, Corvus, Perseo, Crater y Leo.
Excepto esta última, todas estas constelaciones se hallaban en el ecuador celeste cuando el sol se encontraba en Tauro durante el equinoccio de primavera, en torno al 2.000 a.C. De este modo, según Ulansey, la tauroctonía significaba “el fin del reino del toro (Tauro) como la constelación del equinoccio de primavera y el comienzo de una nueva era. Las otras figuras de la tauroctonía representan todas las constelaciones cuya especial posición en el cielo también terminó por la fuerza de la precesión. Matando al toro, Mitra estaba moviendo todo el Universo. Más aún, aquel poder permitía vencer las fuerzas del destino residente en las estrellas y garantizar al alma un paso seguro a través de las esferas planetarias después de la muerte”.
Aunque algunos autores, como el experto Walter Burkert, no ven clara esta interpretación, la hipótesis “estelar” cuenta con otras evidencias notables que la apoyan. De hecho, los estudiosos saben perfectamente que la astrología jugaba un papel importante en muchos iniciados en el mitraísmo. Así se desprende, por ejemplo, de varias inscripciones encontradas en distintos mitreos. En una de ellas un iniciado es recordado como studiosus astrologiae (estudioso de la astrología), mientras que en otra, un Pater (el grado más alto dentro de los Misterios mitráicos, ver anexo al final) llamado Nonius Olympius es descrito como “devoto del cielo y de las estrellas”.
En definitiva, lo más probable es que las distintas lecturas iconográficas de las obras mitraicas sean a un mismo tiempo correctas y complementarias, tal y como señala la historiadora italiana Luisa Musso: “Un intento por leer la tauroctonía revela una imagen con muchos significados, que puede ser entendida a distintos niveles. Desde la fase esencialmente esotérica, uno pasa a una interpretación en términos cósmicos (Mitra creador del Universo), y finalmente llega al nivel de exégesis astrológica, que es casi una nota al pie de página para eruditos”.
De una forma u otra, y mientras avanzan las investigaciones, lo único seguro es que este misterioso culto desapareció a finales del siglo IV, víctima de sus propias características y del creciente poder de su gran enemigo: el cristianismo. El éxito de los seguidores de Cristo terminó por sepultar –en el caso del mitreo de San Clemente de forma literal– a los Misterios de Mitra, cuyos secretos continúan hoy lejos de ser desvelados por completo.
ANEXO
LOS 7 GRADOS DEL MITRAÍSMO
Al igual que en el resto de cultos mistéricos, en los Misterios de Mitra se accedía únicamente después de la participación en rituales de iniciación. Sin embargo, en el caso de los seguidores de Mitra se daba la circunstancia de que existían siete grados distintos, creando una compleja jerarquía no existente en otros Misterios. Los fieles de este dios –mayoritariamente legionarios, comerciantes y burócratas romanos– se sometían a distintos ritos iniciáticos (cuyo contenido es poco conocido, por su carácter secreto) para acceder a cada uno de los grados: Corax (Cuervo), Nymphus (esposo o novio), Miles (soldado), Leo (león), Perses (Persa), Heliodromus (emisario del sol) y, finalmente, Pater (el padre).
Bibliografía:
* BOYLE, Leonard. A short guide to St. Clement's, Rome. Ed. Collegio San Clemente. (Roma, 1989).
* ALVAR, Jaime. Los misterios. Religiones "orientales" en el Imperio Romano. Ed Crítica. (Barcelona, 2001)
* BURKERT, Walter. Cultos mistéricos antiguos. Ed. Trotta. (Madrid, 2005).
* ULANSEY, David. The origins of the mithraic mysteries. Oxford University Press. (Nueva York, 1989)
* VV. AA. Cristianismo primitivo y religiones mistéricas. Ed. Cátedra. (Madrid, 2007)
* Mitraísmo (Wikipedia).
Enlaces relacionados:
El zodiaco de Cristo
En otras ocasiones ya he hablado aquí de la presencia de ciertos elementos paganos en templos cristianos de todas las épocas. Hoy quería hacer un pequeño análisis de las representaciones de zodiacos, que hallamos frecuentemente esculpidas en las fachadas de iglesias y catedrales, rodeando a la imagen de Cristo. En estos casos, no es extraño que el Salvador vaya acompañado también por las figuras de los doce apóstoles, de modo que la escena identifica a Cristo con el Sol, y a los 12 apóstoles con los 12 signos del zodiaco.
El uso de zodiacos en templos cristianos se remonta a los primeros tiempos del cristianismo, pues se han encontrado representaciones de este tipo en mosaicos y decoraciones de algunas basílicas paleocristianas. Esta misma iconografía, calcada símbolo a símbolo, la encontramos en obras de arte de fines de la antigüedad, en las que se representa a los dioses tardoantiguos Mitra, Fanes o Aiôn. Éstos aparecen enmarcados por la rueda del tiempo, con los doce signos del zodiaco representados en ella. En estos ejemplos paganos, el dios representado simboliza al «Señor eterno», que garantiza el movimiento sin fin y circular. En la antigua Roma encontramos la misma iconografía, aplicada incluso en simples mortales, tal y como explica el experto André Grabar en Los orígenes de la estética medieval (Ed. Siruela, 2007):
En el arte del fin de la Antigüedad, la imagen de la Eternidad (Aiôn) representa el retorno infinito del tiempo, de acuerdo con las doctrinas filosóficas y religiosas. El Dios eterno es el señor que, desde siempre y para siempre, garantiza este movimiento sin fin, es decir, circular. Mitra y Fanes, Zeus y Aión son vistos, pues, en medio o al lado de la rueda del tiempo, en la que se inscriben los doce signos del zodiaco. La aeternitas de un Augusto de Roma adopta esta misma iconografía, que en ocasiones, se aplica incluso a simples mortales cuando se les imagina gozando, después de la muerte, en la Eternidad del más allá.
Todos estos casos tienen como función recalcar que la eternidad se produce como consecuencia de la sucesión infinita de los "retornos incesantes". En el caso de Cristo, por el contrario, esta rueda del tiempo no constituye, como en los ejemplos paganos, una alusión a un tiempo cíclico y circular, sino que supone una alusión a que el tiempo se mueve sólo hacia adelante, con la intención de alcanzar su objetivo: la llegada del fin de los tiempos y la segunda venida de Cristo.
¿Cómo se produjo esta copia de elementos paganos por parte del arte cristiano? En los primeros siglos del cristianismo, la nueva religión rivalizaba con doctrinas paganas de gran importancia y difusión. Así que la naciente Iglesia vio con buenos ojos la idea de apropiarse algunas de las características de las divinidades de estos cultos paganos, como ya hemos visto también con el caso de la psicostasis. Como afirmaba Emile Mâle, «la Iglesia no tuvo escrúpulos en tomar prestadas formas paganas y santificarlas haciendo de ellas una lecturacristiana ». En el caso de los zodiacos, los cristianos de la época primitiva adoptaron esta iconografía de Mitra o Fanes sin cambios notables. Y así terminó pasando a templos posteriores, siendo frecuente su representación en iglesias y catedrales de época medieval, tanto en esculturas como en vidrieras.
Algunos de los ejemplos más bellos y llamativos los encontramos en la espectacular catedral gótica de Chartres. En la fachada oeste, en la puerta de la izquierda, aparece representado Cristo en su segunda venida. Alrededor de su figura están esculpidos los signos del zodiaco. Se ha interpretado este grupo escultórico como una representación del tiempo, que toma un significado especial al estar junto a Cristo en su segunda venida y, por tanto, iniciando el Fin de los Tiempos.
Sin embargo, este ciclo zodiacal tiene una peculiaridad, ya que los signos no aparecen en el orden correcto, sino que están alterados. Así, por ejemplo, la Virgen (Virgo) está en el lugar más destacado, arriba del todo, junto a la figura del arquero (Sagitario). Esta variación podría explicarse porque la catedral está dedicada a Nuestra Señora, por lo que se habría modificado el conjunto para destacarla. Además, también llama la atención que se re-presentara a Virgo junto a Sagitario, ya que estos signos no están juntos en el calendario. Los defensores del origen templario de la catedral (una suposición carente de todo fundamento, por otra parte) han querido ver en este detalle una prueba de sus teorías: el arquero, Sagitario, es un símbolo militar, por lo que representaría a los caballeros templarios, supuestos promotores de las obras de la catedral.
Sin embargo, autores como Louis Charbonneau-Lassay (autor del clásico El bestiario de Cristo) proponen una explicación más convencional: en tanto que imagen de un centauro sagitario, este signo sería un símbolo de Cristo, que actuaría como conductor de almas, y se muestra ordenando el Cosmos, acompañado de Virgo (la Virgen), su madre.
Además del caso que acabamos de comentar, en Chartres hay otros hermosos ejemplos de zodiacos, como las esculturas de Piscis y Géminis que se observan en la puerta sur de la fachada oeste, o en una de las luminosas y policromadas vidrieras que iluminan el interior del templo. Pero, tal y como ya avanzábamos antes, son muchos los templos que repiten este motivo iconográfico. En la gran mayoría de ellos, Cristo aparece rodeado por el zodiaco y los meses correspondientes a cada signo, y suele mostrarse como Cronocrator (señor y ordenador del Tiempo) o Cosmocrator (señor del Cosmos).
En la mayor parte de los casos, estas representaciones aparecen en la puerta de los templos que, tal y como aclara Jean Hani: «son símbolos de las puertas solsticiales, las cuales son la imagen de la Puerta del Cielo, que no es otra que el propio Cristo». En estos ejemplos, es habitual que el zodiaco aparezca separado en dos mitades, representando el ciclo anual. Así, los signos ascienden desde el solsticio de invierno hasta el de verano, y luego descienden desde éste hasta el de invierno. En ocasiones, estos puntos de «cambio» aparecen simbolizados en la puerta mediante la representación de los dos «san Juan». No es extraño ver a san Juan Bautista y san Juan Evangelista, cuyas festividades coinciden, «casualmente», con las de los respectivos solsticios. Esta representación de los «Juanes» adquiere entonces un mensaje claro. Ambos señalan dos momentos clave de la historia de Cristo: uno anunciando su venida –el Bautista–, y otro anunciando la segunda venida –el Evangelista – .Y del mismo modo, su representación en los tímpanos –en ocasiones acompañando al zodíaco– anuncia la llegada de los solsticios, las dos fases del ciclo anual. Esta utilización iconográfica de los «dos Juanes» tampoco es casual. En los templos paganos se utilizaba la imagen de Jano, un dios de dos rostros (del que ya hablamos aquí en otra ocasión) cada uno de los cuales miraba en una dirección.
En definitiva, todos estos casos suponen un ejemplo del "viaje" que realizan los símbolos a lo largo de la historia. Las formas se mantienen, mientras que el significado va amoldándose en muchos casos a las nuevas creencias.
PD: En futuras entradas iremos viendo ciertos casos de zodiacos en templos cristianos con significados concretos.
Bibiliografía:
CHARBONNEAU-LASSAY, L. El bestiario de Cristo. Olañeta ed. (Palma de Mallorca, 1997)
ESTEBAN LORENTE, Juan Francisco. Tratado de iconografía. Ed. Istmo (Madrid, 2002)
GRABAR, André. Los orígenes de la estética medieval. Ed. Siruela (Madrid, 2007)
WITTKOWER, Rudolf. La alegoría y la migración de los símbolos. Ed. Siruela (Madrid, 2006)
VV. AA. Cristianismo primitivo y religiones mistéricas. Ed. Cátedra (Madrid, 2007)
Fotografía del comienzo del post: © Allison Stones.
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La importancia de la geometría (II)
Ya hemos hablado en anteriores ocasiones de la importancia que tuvo la geometría para los antiguos maestros de obras medievales. Hoy quería compartir con vosotros una imagen extraída de un manuscrito iluminado de comienzos del siglo XIV, concretamente una letra mayúscula iluminada en cuyo interior aparece representada una mujer enseñando geometría a un grupo de hombres, posiblemente monjes.
La peculiar representación –que parece ser una personificación de la geometría–, procede concretamente de una traducción al latín de la obra Los elementos, de Euclides ("el padre de la geometría"), realizada por el monje Adelardo de Bath. En la imagen, como podéis ver, la mujer porta en sus manos una escuadra y un compás, herramientas indispensables de la disciplina, que aparecen representadas a menudo junto a maestros constructores de la Edad Media, y que todavía hoy juegan un papel importante en la simbología de la masonería.
Más información: Woman teaching geometry / The British Library
Enlaces relacionados: La importancia de la geometría