El Panteón: ¿un gigantesco reloj solar?
Acabo de leer en The New Scientist un interesante artículo en el que se muestra la curiosa hipótesis de un historiador neozelandés sobre el hermoso Panteón de Roma, construído por Agrippa. Como no tengo demasiado tiempo en estos momentos, pero no quería dejar de compartir la historia con vosotros, me he limitado a hacer una traducción rápida del texto (perdonad los posibles errores). Sin duda, se trata de una idea bastante sugerente…
¿Ha ocultado el Panteón de Roma un secreto durante casi 2.000 años? Un experto así lo cree, y argumenta que el edificio romano actúa como un reloj solar colosal.
El imponente templo, completado en el año 128 d.C., es uno de los edificios más impresionantes que sobrevive desde la antigüedad. Consiste en una cámara cilíndrica rematada por un tejado con cúpula que cuenta con un oculus en lo alto que permite el paso de un dramático rayo de luz solar. Además, cuenta con un atrio provisto de columnas en su parte frontal.Cuando Robert Hanna, investigador de la Universidad de Otago en Dunedin (Nueva Zelanda), visitó el Panteón en 2005 –mientras investigaba para la elaboración de un libro–, se dio cuenta de que el Panteón podría haber sido algo más que un simple templo. Durante los meses del invierno, la luz del sol del mediodía traza una trayectoria a través del interior de la cúpula. En verano, con el sol en lo más alto del cielo, el rayo de luz alumbra los muros inferiores y el suelo. En los dos equinoccios, en marzo y septiembre, la luz solar que atraviesa el óculo impacta en la unión entre el muro y el suelo, sobre la gran puerta norte del Panteón. Una verja existente sobre la puerta permite que un haz de luz llegue al atrio de entrada, el único momento del año en el que esta zona queda iluminada si las puertas están cerradas.
Luz solar durante los equinoccios. (Infografía: New Scientist)
Hannah cree que no se trata de una coincidencia. En tiempos romanos era habitual utilizar un hemisferio hueco con una abertura en lo alto como reloj solar, aunque a una escala mucho menor, lo que permitía mostrar la época del año. Mientras la cúpula del Panteón es bastante plana en el exterior, forma un hemisferio perfecto en el interior. “Esto es una característica de diseño bastante deliberada”, asegura Hannah.
Panteón significa “todos los dioses”, y el techo del edificio representa la cúpula celeste, donde los romanos creían que los dioses residían. En el equinoccio, el sol está en el ecuador celeste, que fue visto como la parte más estable del cielo, un hogar eterno perfecto para los dioses. Hannah piensa que al señalar los equinoccios, el Panteón intentaba elevar a los emperadores hasta el reino de los dioses.
James Evans, un historiador de la astronomía en la Universidad de Puget Sound del estado de Washington, está intrigado: “El arquitecto del Panteón ciertamente estaría al tanto de las conexiones simbólicas entre el Cósmos y el Imperio, y entre el Sol y el emperador”. Sin embargo, Evans no cree que el caso esté probado, pues no se conservan marcas en el Panteón que lo relacionen con un reloj solar.
Por el contrario, Hannah señala que los relojes solares raramente venían con instrucciones: “Eran parte de la cultura, no necesitaban explicárselo a sí mismos”.
En mi opinión, y conociendo el interés de los antiguos romanos por la alineaciones astronómicas y su uso en la construcción de edificios y diseño de ciudades, la teoría de Hannah no me parece nada descabellada. De hecho, el simbolismo astronómico-religioso del Panteón es bien conocido, aunque ciertamente la hipótesis del reloj solar es bastante original. Si tenéis la ocasión de visitar en persona el bello templo romano, podréis comprobar que en su interior –y a pesar del alboroto que generan los cientos de visitantes que hay a todas horas–, se percibe una atmósfera realmente especial.
En otra ocasión os hablaré de otra construcción romana –en este caso ubicada en Atenas–, cuyas características astronómicas están plenamente demostradas: la Torre de los Vientos.
Fuente: Is the Roman Pantheon a colossal sundial? (New Scientist)
Fotografía: (c) Javier García Blanco / Istockphoto
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-La orientación astronómica de las ciudades romanas
El templo de Salomón: historia y mito (LIBRO)
Se acerca la Navidad y quizá estáis dudando en qué regalo pedir a Santa Claus o a los Reyes Magos. Si es así, un libro siempre es un buen regalo, de modo que había pensado sugerir a través del blog varios libros cuya temática está relacionada con la de esta web de un modo u otro. Hace sólo unos días me tropecé con una novedad editorial publicada por Akal, titulada El templo de Salomón: historia y mito y, a pesar de su precio (40 euros) no me pude resistir.
El libro es obra de William J. Hamblin –profesor en la Brigham Young University de Utah (EE.UU.) y especialista en la historia de las cruzadas y del Próximo Oriente– y David Rolph Seely –catedrático de Religión en la misma universidad y uno de los miembros del equipo internacional de editores que se ha encargado de la publicación de los Rollos del Mar Muerto, además de experto en la historia del Templo de Jerusalén en época de Jesús–, y es uno de los mejores trabajos que he visto hasta la fecha sobre la cuestión. Es una edición muy cuidada, de 224 páginas en medio formato, papel satinado y cientos de ilustraciones y fotografías a todo color. En cuanto al contenido, el libro hace un completísimo repaso a las distintas fases de la historia del Templo y, como no, le dedica numerosas páginas a la figura del rey Salomón. El tomo no olvida la importancia que tuvo el edificio para diferentes culturas, tanto para la judía como para la cristiana o el mundo islámico. También dedica algunos capítulos a la relación del Templo con los caballeros templarios (cuyo nombre procede, precisamente, de su establecimiento en la explanada del Templo), el islam o la masonería, y analiza el simbolismo arquitectónico del que fue uno de los omphalos más importantes de la antigüedad. En definitiva, una obra muy completa que no debería faltar en tu biblioteca.
La única pega es su elevado precio (como decía antes son 40 euros), pero de verdad creo que la inversión merece la pena, a pesar de la crisis. Si os decidís, podéis comprarlo cómodamente desde casa pinchando aquí: El templo de Salomón: historia y mito (Ed. Akal, 2008).
En unos días añadiré otros libros que también pueden ser una buena opción para regalarse uno mismo o para regalar a algún ser querido en estas fechas.
Enlaces relacionados:
-El Templo de Salomón, según Isaac Newton
Otras recomendaciones bibliográficas:
El simbolismo del pentagrama (II)
Antes de nada, me gustaría disculparme por el tremendo retraso en actualizar (más de un mes), pero como os comentaba en anteriores entradas sigo muy, muy atareado. De todos modos, intentaré "corregirme" y regresar con nuevos contenidos de forma más constante. También pido perdón a todos los que me habéis escrito y aún no he podido contestar.
Por el momento, os dejo con un par de fotografías tomadas en Sagunto. Concretamente, pertenecen a uno de los muros exteriores de la iglesia de Santa María (siglos XIV-XV), en una de cuyas ventanas encontramos un hermoso pentagrama. Este verano estuve por la ciudad de paso, y recordé que Beresit, un lector del blog, había comentado la existencia de pentagramas en el templo saguntino. Por desgracia no llevaba encima la cámara de fotos, así que tuve que conformarme con el teléfono móvil. Siento la mala calidad de las imágenes.
Os animo a que enviéis otros ejemplos que conozcáis personalmente. Saludos!
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Ciudades sagradas
En nuestra visión actual, las ciudades constituyen una creación humana diametralmente opuesta a la idea de espiritualidad. La mayoría de las grandes urbes actuales resultan frías, deshumanizadas, estresantes y bulliciosas… Pero no siempre fue así. En la antigüedad, pueblos de todo el planeta establecieron sus asentamientos siguiendo una serie de rituales mágico-religiosos que convertían a las nuevas urbes en auténticas ciudades sagradas.
Mayas, aztecas, incas, egipcios, sumerios, chinos, hindúes, etruscos, griegos y romanos desarrollaron costumbres similares a la hora de sacralizar un lugar, transformando una simple porción de tierra en un espacio conectado con lo divino.
Desde la elección del lugar, pasando por el trazado del plano, hasta la construcción de las murallas, templos y edificios, todo se realizaba según un ritual cargado de simbolismo. No se trataba de un mero trámite supersticioso, sino que para sus habitantes constituía un procedimiento imprescindible que garantizaba la protección y prosperidad de la nueva colonia.
Esta vinculación con lo sagrado se producía desde los primeros momentos de la creación de una nueva ciudad. El lugar escogido para vivir era previamente transformado de una situación de caos (ausencia de delimitación), en kosmos (orden). De este modo, el terreno se convertía en algo “real” y se creaba un centro para el asentamiento. Este punto central era un axis mundi, un centro u “ombligo” del mundo. Según el erudito Mircea Eliade, “si ha de perdurar, si ha de ser real, el nuevo hogar ha de ser proyectado como el ritual de construcción en el centro del universo”.
La importancia del centro no se reducía a la fundación de las ciudades, sino que era algo común en la construcción de templos y santuarios sagrados. Un ejemplo célebre es el de Delfos. Según la leyenda, Zeus hizo que dos águilas comenzaran a volar desde dos puntos opuestos del Universo. Finalmente se cruzaron, y ese punto determinó el centro del mundo, que resultó ser Delfos. En las excavaciones arqueológicas se descubrió una piedra (el omphalos, “ombligo”) con forma de huevo cortado por la base, que se conserva en el museo del santuario y que demuestra esa creencia en el centro sagrado.
Además de servir de conexión con la divinidad, el centro también tenía otras implicaciones sagradas, tal y como explica el profesor Santiago Sebastián en Mensaje simbólico del arte medieval (Encuentro Ediciones, 1994): “En el centro se relacionan los tres niveles cósmicos, y ello explica que Babilonia tuviera el nombre de ‘Casa de la Base del Cielo y la Tierra’”.
Esta relación del centro con los tres niveles (el superior, vinculado a las divinidades, el intermedio o terrenal y el inferior o inframundo) se señalaba con la colocación de un altar con fuego en ese lugar. El humo de las llamas o del incienso se elevaba a las alturas, de donde también descendían “a la tierra las gozosas influencias celestes”, como explica José Olives Puig en La ciudad cautiva (Siruela, 2006). En las ciudades etruscas y romanas, bajo el altar solía realizarse una pequeña fosa o mundus, donde se depositaban ofrendas para los habitantes del inframundo.
Por otra parte, el acto de fundar una ciudad era también sagrado por otros motivos: en primer lugar, el acto de fundación suponía una repetición del mito más importante, el de la Creación del mundo. Pero había más vinculaciones con el cosmos. El plano de las ciudades podía considerarse un auténtico mandala, y a menudo estaba orientado en función de los puntos cardinales. El procedimiento para obtenerlo era siempre el mismo, y quedó registrado gracias al arquitecto romano Vitruvio: una vez elegido el lugar idóneo, se clavaba un gnomon (estaca) en el centro del emplazamiento, que se convertiría más tarde en eje vertical de la ciudad. Alrededor de este «palo» se trazaba un círculo de grandes dimensiones. Cuando salía el Sol, la estaca proyectaba una sombra que «cortaba» la circunferencia, y lo mismo ocurría a la puesta de Sol. De esta forma se obtenía el eje Este-Oeste del edificio, trazando una recta entre los puntos señalados por la sombra del gnomon. Después se trazaba una perpendicular al eje Este-Oeste. Con ello, no sólo se podía orientar la ciudad, sino que se creaba inmediatamente un vínculo entre ella y el Cosmos, pues se había utilizado el Sol para orientar y generar el plano y su disposición.
La mayor parte de los testimonios sobre estos ritos procede de fuentes romanas, y son una magnífica guía para descubrir el carácter sagrado de las ciudades. Estas ceremonias incluían la actuación de augures y arúspices. Los primeros se encargaban, mediante la contemplación e interpretación de “signos divinos” (generalmente el vuelo de las aves) de determinar si las divinidades daban su “visto bueno” a la ubicación elegida, así como de la marcación de los límites de la urbe. Por otra parte, los arúspices procedían a la “lectura” de las entrañas de animales sacrificados, para averiguar si el lugar era salubre o no, o si las “energías” y los espíritus del lugar eran benignos.
Las “técnicas” empleadas por augures y arúspices habían sido heredadas de los etruscos y, de hecho, se incluían dentro de lo que se conocía como “etrusca disciplina”. Estos personajes gozaron de gran respeto e influencia en la sociedad etrusca y romana, y solían pertenecer a familias aristocráticas. En el caso de los arúspices, además de las fuentes escritas se han conservado piezas utilizadas en sus ritos de lectura de las entrañas de animales. Uno de estos objetos es el llamado “hígado de Piacenza”, una figura en bronce con forma de hígado y que estaba dividida en 42 partes, cada una señalada con el nombre de una divinidad. En cuanto a los augures, las excavaciones arqueológicas han sacado a la luz, como en el caso de Tarraco, la existencia de auguraculum, espacios sagrados generalmente orientados a los puntos cardinales, desde los que los augures realizaban la contemplación, atentos a los presagios divinos sobre la ciudad.
Tras la elección del lugar y la orientación del solar, se procedía a su delimitación. En época romana se marcaban los límites con la ayuda de un arado de bronce. El trazado del surco era realizado con gran meticulosidad, pues se cuidaba que la tierra removida cayera siempre hacia el interior. El surco tenía un carácter sagrado, y era conocido como sulcus primigenius. Éste era inviolable, hasta el punto de que en la leyenda de la fundación de Roma, Rómulo mató a su hermano Remo por haber pasado por encima de él. El magistrado sólo levantaba el arado en los lugares destinados a colocar las puertas de la futura ciudad. Aunque este hecho pueda parecernos anecdótico, estaba cargado de sentido, pues en la antigüedad las murallas no tenían sólo un carácter defensivo frente a enemigos de “carne y hueso”, sino que también constituían un “círculo mágico” que repelía las influencias negativas.
Moneda romana de Caesaraugusta, con relieve de la ceremonia de delimitación con el arado sagrado.
Otro papel fundamental lo constituían los mitos de los héroes fundadores, detalle que se repite en todas las ciudades. En Roma fue Rómulo, en otras urbes romanas el héroe Hércules, Ápolo en el santuario de Delfos, Indra y el arquitecto celeste Vishvakarma en Angkor… Todas estas historias poseen elementos idénticos, arquetipos que se repiten y que tratan de explicar el nacimiento de las ciudades, reafirmando su carácter sagrado. De hecho, aquellos relatos jugaban un papel muy importante. En la antigua Roma el mito fundacional se celebraba todos los 21 de abril, el Dies Natalis Romae, que rememoraba la creación de la ciudad por Rómulo en el 753 a.C. Estas celebraciones actuaban como una renovación del nacimiento de la urbe, y garantizaban la conservación del orden religioso y político.
Roma podría considerarse el paradigma de las ciudades sagradas occidentales. Su origen tiene como protagonista a Rómulo. Él y Remo eran hijos de la vestal Rea Silvia (hija a su vez del rey destronado Numitor) y el dios Marte. Al nacer, los hermanos fueron abandonados en una cesta colocada en el río Tíber por orden de Amulio, el rival de Numitor. Sin embargo, los pequeños sobrevivieron y fueron alimentados por la loba Luperca. Cuando se hicieron mayores, los jóvenes descubrieron su noble origen. Tras matar a Amulio y liberar a su abuelo, decidieron fundar la futura Roma. Según la leyenda, el nombre de la urbe fue elegida por el propio Rómulo, pues “venció” a su hermano en una apuesta para ver quién avistaba más pájaros (una clara alusión a la práctica de los augures).
La importancia de esta leyenda ha quedado de manifiesto con el reciente hallazgo de la gruta donde, según el mito, la loba Luperca amamantó a los niños. Dicha cueva ha sido descubierta en la colina palatina. Estos lugares citados en la historia mítica sirven para ubicar los enclaves sagrados de Roma. El primero de ellos es, precisamente, la colina palatina. Además de albergar la gruta de la loba, allí se levantaba también un importante templo dedicado a Júpiter, Juno y Minerva. Otro de los enclaves era la colina capitolina. Allí, en una de las cimas existentes (conocida como Arx) se levantaba, según la leyenda, un refugio construido por el propio Rómulo, mientras que en otra existió un templo dedicado a Saturno.
REFLEJO DE LAS ESTRELLAS
Las antiguas ciudades romanas también han deparado otras sorpresas. Antes mencionamos que el acto de fundación suponía una identificación de la ciudad con el cosmos. Sin embargo, en algunos casos dicha vinculación era algo más que simbólica.
Hasta ahora se conocía la importancia que los grandes ejes (cardo y decumano) tenían en las ciudades romanas, y su orientación con los puntos cardinales. Sin embargo, en 2007 el profesor Giulio Magli, catedrático de matemáticas de la Universidad Politécnica de Milán, reveló que muchas ciudades romanas habían sido orientadas astronómicamente. Tras examinar 38 urbes, Magli determinó que la mayoría estaban orientadas a fechas de importantes festividades sagradas. Tres de ellas (Pesaro, Rimini y Senigallia) están dirigidas al norte; otras dos (Verona y Vicenza) hacia la salida del Sol en el solsticio de verano y el resto 10 grados al sudeste de la salida del Sol o cerca de orto solar en el solsticio de invierno.
Pero Roma no tuvo la exclusiva de las conexiones astronómicas. Además de la misteriosa Angkor y de las hipótesis sobre Egipto, otras ciudades muy alejadas del Viejo Mundo dispusieron sus cimientos con arreglo a claves “cósmicas”.
En la cultura maya, por ejemplo, descubrimos también ejemplos de la relación ciudad-cosmos. En El pensamiento religioso de los antiguos mayas (Ed. Trotta), el profesor Miguel Rivera Dorado explica que las pirámides mayas son representaciones de la montaña primigenia cargadas de un simbolismo cósmico, y cómo los diseños de los centros urbanos se disponían de forma que reflejaban el orden del cosmos. Además, algunos de sus templos y recintos contenían claves astronómicas precisas, de significado religioso, relacionadas con equinoccios y solsticios.
Todos estos ejemplos han sido confirmados en ámbitos académicos. Sin embargo, en otros casos, estudiosos alejados de la ortodoxia han propuesto hipótesis similares en marcos geográficos diferentes. Este es el caso del escritor Robert Bauval. En 1994, su libro El misterio de Orión se convertía en un bestseller internacional con una sorprendente tesis: el diseño de las pirámides de Gizeh y su ubicación con respecto al Nilo eran un reflejo de una porción del firmamento, pues se corresponderían con tres estrellas de la constelación de Orión y con la Vía Láctea. La tesis de Bauval fue duramente criticada, pero eso no frenó su interés por la cuestión, y recientemente ha vuelto “a la carga” con Código Egipto (Martínez Roca, 2007). En éste último su hipótesis se ampliaba, asegurando que otras construcciones piramidales y templos, levantados durante siglos, constituían un “inmenso proyecto pangeneracional (…) un inmenso ‘Egipto cósmico’ cuya imagen se insinúa en la geografía del valle del Nilo”.
Tampoco los incas fueron ajenos a este tipo de prácticas sagradas. La importancia de Cuzco como ciudad sagrada arranca con su propio nombre pues, según la tradición, en quechua significaba “centro”, lo que nos lleva de nuevo a la idea destacada al comienzo de este artículo. Además, según la mitología inca, en Cuzco confluían el “mundo de abajo”, el mundo visible y el mundo superior: los tres niveles cósmicos vistos en otras culturas.
Según los propios textos indígenas, la ciudad se diseñó de tal forma que el templo principal, el Koricancha o Templo del Sol (hoy Convento de Santo Domingo), quedase en el centro de una confluencia de 42 líneas, conocidas como ceques, que conectan a su vez con distintos puntos sagrados de la urbe, como fuentes, colinas, piedras o edificios. Como han demostrado autores como Brian Bauer, o el ya citado Giulio Magli, algunos de estos ceques están orientados a la salida del sol en fechas solsticiales.
ANGKOR, LA COLOSAL
En torno al siglo IX d.C., el Imperio Jemer comenzaba a destacar en los territorios de la actual Camboya. Fruto de aquel poder terrenal y de sus creencias hinduistas, surgió una de las ciudades más sorprendentes y espectaculares del planeta. La ciudad de Angkor, hoy visitada por un millón de turistas al año, permaneció oculta entre la selva hasta mediados del siglo XIX, cuando el naturalista Henri Mouhot divulgó su existencia. Los estudios más recientes han revelado que en su día llegó a alcanzar una dimensión de unos 3.000 kilómetros cuadrados. Estas cifras “mastodónticas” la convierten en la ciudad preindustrial más grande del planeta.
Fotografía vía satálite de la antigua ciudad de Angkor (click para ampliar).
Detalle de uno de los templos de Angkor. (click para ampliar)
Esta gigantesca urbe, poblada por más de 1.000 templos, tiene su signo de identidad en el templo de Angkor Wat, erigido en el siglo XII. Los estudios realizados han revelado que, además de sus torres y cúpulas en recuerdo del monte Meru (centro del universo y residencia de las divinidades del panteón hindú), el hermoso templo oculta otras claves de corte astronómico. Por ejemplo, el templo de Angkor Wat y el de Prasat Kuk estén unidos por una línea imaginaria que coincide con la posición de la salida del Sol en el solsticio de invierno. Pero además, varios estudios han sacado a la luz otros jugosos datos. Por ejemplo: distintos puntos de la entrada Oeste de Angkor Wat fueron orientados para que coincidieran con la salida del Sol en equinoccios y solsticios. Y además, las medidas de distintas partes del edificio, en los que se empleó el llamado codo camboyano (0,435 metros) hacen referencia a ciclos calendáricos y cosmológicos, o aluden directamente a los distintos yuga hindúes (Kali, Dvapara, Treta y Krta) de las etapas del mundo.
JERUSALÉN, LA CIUDAD SANTA
Hasta ahora hemos hablado de ciudades del mundo grecolatino, precolombino y del antiguo Egipto. Sin embargo, en la cultura occidental, de raíces judeocristianas, destaca la ciudad de Jerusalén, el lugar donde, entre otras cosas, murió Jesucristo. Tras sus murallas se encuentran, sin embargo, varios enclaves que son sagrados para las tres grandes religiones monoteístas: cristianismo, judaísmo e islam.
Uno de los más representativos, que destaca en el skyline de Jerusalén, es la llamada Qubbat al-Sakhra o Cúpula de la Roca, uno de los santuarios musulmanes de la ciudad. Su origen se remonta al siglo VII, cuando el califa Omar entró con sus tropas en la ciudad y se hizo con la llamada explanada del Templo. El lugar pasó a ser sagrado para los musulmanes, que lo denominan Haram al-Sharif (Centro Sagrado).
Algunos años después, bajo el mandato de Abd al-Malik, se erigió un conjunto religioso que hoy es conocido como mezquita de Al-Aqsa, formado por tres edificios: la Gran Mezquita, la Cúpula de la Cadena y la Cúpula de la Roca. Ésta se construyó según los planos de un arquitecto cristiano de origen sirio. Su planta es octogonal y seguramente imitaba el diseño de otros templos cristianos con un diseño similar, como el Santo Sepulcro —la cúpula de ambas construcciones mide lo mismo— o la iglesia de la Ascensión. En su interior posee un doble deambulatorio que, según los expertos, servía para realizar el tawaf (el ceremonial de circunvalación) en torno a la Sakhara o Roca Sagrada.
Ese es, precisamente, el punto más sagrado para los musulmanes, la roca en la que, según la tradición, Mahoma se apoyó antes de partir al Paraíso a lomos de la yegua Al-Burak. Esta es otra similitud con otro de los enclaves sagrados de Jerusalén: el Santo Sepulcro, también de planta central, posee en su centro la roca que supuestamente albergó el sepulcro de Cristo. El enclave de “la Cúpula” también es sagrado para los judíos, ya que allí Abraham estuvo a punto de sacrificar a su hijo Isaac, y también fue el lugar donde Jacob tuvo su visión de la escalera celestial. Por si fuera poco, algunas tradiciones judías lo señalan como “centro del mundo”, el lugar en el que se colocó la primera piedra de todo lo creado y, además, exactamente allí, en el monte Moriah, se creía que estaba el Templo de Salomón.
Siglos después de su construcción, tras la conquista cruzada de Jerusalén, el santuario pasó a tener nuevos propietarios: los caballeros de la Orden del Temple. Poco después de establecerse en Tierra Santa, el rey Balduino de Jerusalén concedió a los monjes-guerreros parte de los terrenos de la explanada del Templo donde se encuentra la Cúpula de la Roca.
LA PIEDRA NEGRA DE LA KAABA
A pesar de su indiscutible importancia para el Islam, Jerusalén tiene una dura competidora: todos los fieles de Alá deben rezar cinco veces al día en dirección a La Meca, un lugar de peregrinación obligada para todo musulmán al menos una vez en la vida. Dos detalles que dan una idea de su importancia como “centro sagrado del mundo”.
Allí nació Mahoma, el Profeta, quien “arrancó” a la ciudad y sus habitantes del paganismo al que se hallaban entregados. Pero además, y esto es lo más importante, allí, en el interior de la Gran Mezquita, se encuentra el santuario de la sagrada Kaaba, la piedra negra que cayó del cielo. Según la tradición, el santuario que guarda la piedra fue construido por Abraham y su hijo Ismael. Mide sólo 12 metros de longitud y 15 de altura, pero su importancia es más simbólica que física, pues sus cuatro esquinas están orientadas a los cuatro puntos cardinales. En su interior, la piedra negra, que cayó al Jardín del Edén y fue entregada a Adán para que “absorbiera” todos los pecados. Hasta ese instante, la piedra había sido blanca, pero al “capturar” los malos actos adoptó su color actual. Antes de Mahoma, los habitantes de La Meca ya adoraban la Piedra, aunque entonces era objeto de culto pagano. Fue el Profeta quien recuperó la piedra sagrada para la verdadera fe y atrajo a sus contemporáneos a la Verdad.
PD: Habrá una segunda parte, en la que abordaré la cuestión en épocas más recientes.
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