Los misterios de Sabazios
Mientras leía esta mañana el suplemento XLSemanal, que viene con el Heraldo de Aragón, me he llevado una grata sorpresa. En uno de los minireportajes que incluye el número de hoy se hace un rápido repaso a algunas de las piezas conservadas en el Museo Nacional de Arqueología Subacuática (ARQUA) de Cartagena y, curiosamente, una de las obras que muestran es de gran interés para este blog.
Se trata de una "Mano de Sabacio" (o Sabazios), un dios de origen frigio y tracio que terminó haciéndose muy popular en el Imperio Romano gracias a los miembros de las legiones que regresaron de luchar en aquellas lejanas tierras. Este dios, que los romanos terminaron asimilando con Baco/Dionisio y con Júpiter, fue centro de uno de los cultos mistéricos orientales que se propagaron por el mundo romano en la Antigüedad tardía. Aunque mucho menos conocido que otros cultos mistéricos como los de Mitra, Eleusis o Isis, el culto a Sabazios poseía un mismo carácter esotérico e iniciático.
Entre los ritos iniciáticos que el aspirante debía superar había uno sumamente singular, con un innegable contenido sexual. Durante el mismo, se introducía una serpiente de metal bajo las ropas del iniciando lo cual, en opinión de los expertos, suponía una forma de unión sexual con el dios. Por este motivo, Sabazios era a menudo denominado Theos dia kolpou, "Dios entre los pliegues de la túnica" o "Dios a través del vientre. Teniendo en cuenta las condiciones en las que solían celebrarse las ceremonias de iniciación a los cultos mistéricos, este rito en concreto debía ser, como poco, atemorizante para el iniciando, que no sabía a ciencia cierta qué iba a encontrar en un espacio a media luz, apenas iluminado por antorchas.
Por norma general, las piezas de arte relacionadas con esta divinidad mistérica se encuadran dentro de dos categorías distintas: por un lado, relieves con la imgen y el nombre del dios (menos habituales) y, por otra parte, pequeñas esculturas con forma de mano en actitud de bendecir, en las que se incluyen diversos elementos iconográficos. En concreto, la pieza conservada en el ARQUA de Cartagena –tenéis una imagen al comienzo del post– se corresponde con la segunda tipología: una mano con la representación de Sabazios (la figura está bastante desfigurada), y otros elementos habituales en este tipo de piezas: un carnero, un cuchillo, un lagarto o serpiente, etc… En este caso, la mano ha sido datada en el último tercio del siglo I d.C., aunque en la web del museo no he encontrado más datos sobre las circunstancias de su hallazgo.
Este tipo de piezas son relativamente frecuentes, y distintos museos conservan ejemplares similares. En el British Museum, por ejemplo, se conserva otra de estas manos, descubierta en Tournai (Bélgica), a finales del siglo XVI o comienzos del XVII. En el caso de la pieza británica, ha sido datada por los investigadores en torno a los siglos II o III d.C. En opinión de los expertos, estas curiosas manos de Sabazios seguramente eran colocadas en santuarios durante las ceremonias, o bien dispuestas en lo alto de palos o postes que se llevaban en las procesiones.
Mano de Sabacio (o Sabazios) conservada en el British Museum. Crédito: British Museum.
Mano de Sabazios conservada en el Museo de Melbourne, hallada en Pompeya.
Sobre el otro tipo de piezas relacionadas con el dios, correspondiente a los relieves, hablaremos con más calma otro día, pues en España se han descubierto algunos ejemplos notables, por ejemplo en Ampurias.
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-El secreto del dios Mitra (y II)
-La Villa de los Misterios de Pompeya
El secreto del dios Mitra (II)
Hace algunos meses, a comienzos de año, publiqué aquí un extenso artículo sobre la basílica de San Clemente en Roma, y más especialmente sobre el misterioso y fascinante mitreo que oculta en sus entrañas. En aquel texto detallé con cierta extensión las características del mitraísmo –uno de los cultos mistéricos más interesantes–, y en especial algunas claves sobre sus manifestaciones artísticas. Hoy, aprovechando que tengo un pequeño respiro de trabajo, quería compartir con vosotros otro ejemplo de arte mitráico. En este caso se trata de un fresco datado en los siglos II-III d.C., que se encuentra en un mitreo de la localidad de Marino, en las cercanías de Roma.
Este mitreo fue construido aprovechando una cisterna preexistente, excavada en la roca, y tras 1.700 años oculto, fue descubierto por casualidad en 1963. Para llegar hasta el sancta sanctorum, en el que se encuentra la pintura –magníficamente conservada–, hay que recorrer un pasillo de casi treinta metros de longitud y tres de anchura. El fresco muestra la habitual escena de la tauroctonía –sacrificio del toro–, flanqueada por las habituales figuras de Cautes y Cautópates. Pero además, la imagen cuenta con otra particularidad: la escena central está enmarcada por dos columnas con pequeños cuadros en los que se representan distintos episodios de la vida del dios.
Espero que lo disfrutéis. En mi opinión, las obras de arte vinculadas a los distintos cultos mistéricos constituyen una de las fuentes más singulares de iconografía esotérica. Como siempre, podéis ver las imágenes en mayor resolución pinchando sobre ellas.
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El secreto del dios Mitra
Cada año, millones de turistas “armados” con cámaras toman las calles de Roma con el objeto de visitar los rincones más característicos de la ciudad: el Coliseo, la ciudad del Vaticano, las distintas piazzas, el Panteón, el Foro Romano… Sin embargo, a menudo otros enclaves de la urbe pasan desapercibidos a ojos del turista medio, a pesar de que cuentan con un interés histórico, artístico y religioso igual o mayor que el de los lugares más populares. Ese es el caso de la basílica de San Clemente, un templo del siglo XII situado a escasa distancia del célebre Coliseo y que por desgracia suele quedar eclipsado por éste. No obstante, algunos visitantes llegan hasta allí atraídos por los bellos mosaicos que representan escenas de la vida del pontífice que da nombre al templo. Pero curiosamente, algunos de los elementos más destacados de este enclave no son visibles a primera vista, sino que se encuentran “escondidos” en el subsuelo del mismo.
En 1857, el dominico irlandés Joseph Mullooly –en aquellas fechas prior de San Clemente–, decidió iniciar unas excavaciones para sacar a la luz el antiguo templo de época paleocristiana que, gracias a diversas fuentes históricas, se sabía descansaba bajo los cimientos de la actual basílica. El padre Mullooly logró su objetivo, pero además hizo otros hallazgos que nadie esperaba. Además de los restos del templo paleocristiano del siglo IV, los trabajos detectaron otros dos niveles inferiores, uno correspondiente a casas romanas destruidas durante el incendio de Nerón y otro, más importante, correspondiente al siglo II. En este estrato intermedio, aparecieron una mansión donde al parecer se celebraron reuniones de cristianos primitivos (conocida como Titulus Clemens) y también un bloque de “apartamentos”, en el que aguardaba una sorpresa aún mayor: un spelaeum o santuario dedicado al dios Mitra, en el que los miembros de este culto mistérico celebraban sus ceremonias secretas y sus ritos iniciáticos.
MITRA, EL DIOS DE LA LUZ
De los variados cultos mistéricos que florecieron en época grecorromana (como los de Eleusis, Dionisios, la Magna Mater o Isis), el más singular y misterioso de todos ellos fue, sin duda alguna, el mitraísmo. Las llamadas “religiones de Misterios” se caracterizaban por ser cultos de carácter esotérico e iniciático, en los que se celebraban ritos secretos cuyas enseñanzas sólo podían ser aprendidas por los iniciados. Actualmente, la mayoría de los estudiosos tienden a creer que los secretos que descubrían quienes habían sido iniciados en los Misterios guardaban relación con la revelación de la supervivencia del alma tras la muerte, una salvación que se obtenía mediante la participación y la iniciación en los propios Misterios. Por desgracia, los detalles concretos sobre los rituales, iniciaciones y doctrinas de estos cultos son en la mayoría de los casos muy escasos, en gran medida a causa del carácter esotérico y secreto de dichas prácticas. En el caso del mitraísmo, esta ausencia de información es mucho más acusada, pues los especialistas únicamente cuentan con referencias difusas y poco fiables recogidas en muchos casos por autores cristianos que atacaban sin piedad las creencias y prácticas mitraicas, que se iniciaron en torno al siglo I a.C. y tuvieron su mayor apogeo a finales del siglo II y comienzos del III, para desaparecer por completo en las postrimerías del siglo IV.
Por este motivo, los historiadores de las religiones cuentan únicamente con la iconografía reflejada en las obras de arte encontradas en algunos mitreos para intentar desvelar el contenido religioso y las doctrinas del mitraísmo. Para complicar aún más el asunto, se da la circunstancia de que el primer estudio serio sobre el culto a Mitra no apareció hasta una fecha tan reciente como 1913, cuando el erudito belga Franz Cumont publicó Los Misterios de Mitra, cuyas conclusiones estuvieron vigentes durante buena parte del siglo XX. Pese a las dificultades, gracias a los distintos estudios realizados desde el trabajo de Cumont, los investigadores han logrado reconstruir, con cierta fiabilidad, el relato mitológico asociado a Mitra, y con él las posibles ceremonias realizadas en estos santuarios.
Según dicha mitología, Mitra –representado como un joven tocado con un gorro frigio y provisto de un puñal– había nacido de una roca, tal y como representan numerosos relieves, como el conservado en uno de los nichos del mitreo de San Clemente. Siguiendo órdenes del dios Apolo enviadas por un cuervo (uno de los animales que aparece representado siempre junto a nuestro protagonista), Mitra recibió el encargo de encontrar y sacrificar a un toro que poseía el don de la fertilidad y la vida.
Cuando finalmente lo localiza, Mitra consigue dar muerte al animal, derramando su sangre vivificadora sobre la Tierra, llenándolo todo de vida. Al olor de la sangre, otros animales acuden al encuentro de la bestia moribunda: un perro, una serpiente y un escorpión (este último suele ser representado agarrando con sus pinzas los testículos del toro, un claro símbolo de potencia fertilizadora), que estarían simbolizando, según algunas interpretaciones, la entrada del mal en el mundo.
Esta escena de la muerte del toro, conocida como tauroctonía, aparece una y otra vez en todos los mitreos hallados hasta la fecha. Tras el sacrificio, Apolo se unió a Mitra para celebrar la victoria, festejándola mediante un banquete. Este punto del relato parece ser uno de los momentos importantes de los cultos mitraicos, pues en los santuarios –como es el caso del triclinium de San Clemente– suelen encontrarse bancos corridos de piedra a ambos lados del altar, que al parecer eran ocupados por los iniciados durante la celebración de un banquete ritual. Después de la celebración, las escenas de las piezas de arte mitraico representan a Mitra subiendo a un carro con Apolo, siendo transportado directamente a los cielos.
Junto a este carácter fertilizador de Mitra, los especialistas coinciden en señalar que estos Misterios tuvieron un fuerte simbolismo cósmico. Esto es especialmente detectable en la forma y disposición de los propios mitreos, siempre recintos en forma de caverna subterránea, con techos abovedados, que aluden sin duda al Cosmos. Este mensaje está remarcado en muchos mitreos, como ocurre en San Clemente, pues la bóveda aparece decorada con estrellas –hoy muy difuminadas– que representan el firmamento. En otros casos, los astros aparecen plasmados en la túnica del propio Mitra. En el recinto descubierto bajo la basílica romana hay también otros detalles que refuerzan aún más este sentido cósmico: encontramos once aberturas en el techo que representarían a las siete esferas de los planetas de la cosmología platónica, además de las cuatro estaciones. Por otra parte, muchos relieves mitraicos muestran, además de la habitual tauroctonía, la representación de dos figuras masculinas que portan antorchas: Cautes y Cautopates. El primero sostiene la antorcha apuntando hacia arriba, simbolizando el “ascenso” del sol que se inicia con el solsticio de invierno, mientras que el segundo señala con su antorcha hacia abajo, representando el solsticio de verano y el comienzo del “declive” del sol, con el que Mitra –dios de luz– se identificaba. En otras ocasiones, Cautes y Cautopates van acompañados de un toro y un escorpión respectivamente, representando entonces las fechas de los equinoccios. A todos estos detalles hay que sumar que otras representaciones mitraicas incluyen también representaciones del sol y la luna, además de los doce signos del zodíaco.
En función de estas escenas y siguiendo la historia mitológica reconstruida gracias a la iconografía, los investigadores concluyeron que Mitra era considerado el dios responsable del movimiento de las estrellas, además de ser el Creador (algunas inscripciones aluden a él como “Padre Creador”) y que su hazaña del sacrificio del toro permitió la armonía, regeneración y revitalización del Cosmos, como parece demostrar una frase descubierta en otro mitreo, el de Santa Prisca: “Y él nos salvó mediante el riego de la sangre eterna”.
UN MAPA ESTELAR
Durante décadas, esa ha sido la interpretación defendida por la mayoría de lo historiadores. Sin embargo, en las últimas décadas del siglo pasado, varios profesores universitarios plantearon una hipótesis fascinante. En 1989 uno de ellos, el orientalista David Ulansey, publicaba un artículo en la revista Scientific American, en el que defendía que las representaciones de la tauroctonía, como la que puede contemplarse en San Clemente, eran en realidad un “mapa estelar” en toda regla.
Según Ulansey, el sacrificio del toro no representa un episodio puramente mitológico, sino un fenómeno astronómico cuya existencia se descubrió, precisamente, coincidiendo con la aparición del culto mistérico de Mitra: la precesión de los equinoccios. En la Antigüedad, se creía que la Tierra era el centro del Universo y que la llamada “esfera de las estrellas fijas” giraba en torno a ella, aunque se consideraba que su eje estaba fijo. La precesión de los equinoccios consiste en que el eje de rotación terrestre sufre una especie de “bamboleo” (similar al de una peonza), lo que motiva que el ecuador celeste se bambolee también, provocando un alteración de la posición relativa del ecuador y la eclíptica (la línea imaginaria que recorre el sol durante un año respecto del fondo de “estrellas fijas”). Por este motivo, la posición de nuestra estrella se “retrasa” a lo largo de la eclíptica, de modo que cada año, el equinoccio se produce un poco antes. Se trata de un proceso muy lento, que tarde en completarse algo más de 25.000 años, pero que cambia irremediablemente el aspecto del firmamento. Así, según Ulansey, aunque en la actualidad durante el equinoccio de primavera el sol se encuentra en la constelación de Piscis, en época romana estaba en Aries y, en torno al 2000 a.C., se encontraba en Tauro. Y ahí, según el estudioso estadounidense, está la clave de la tauroctonía representada en San Clemente y, por consiguiente, el secreto de los Misterios de Mitra.
Aproximadamente hacia el 125 a.C., Hiparco de Nicea descubrió la precesión de los equinoccios. Vio que la esfera de las “estrellas fijas” se “bamboleaba” y determinó que algo o “alguien” era el culpable. En opinión de Ulansey y los defensores de esta hipótesis, Mitra sería dicha fuerza: un nuevo dios tan poderoso que era capaz de “mover” el universo. Pero, ¿en qué se apoya exactamente Ulansey para defender la “teoría estelar”? Si nos fijamos en las imágenes de la tauroctonía con los datos ofrecidos por Ulansey, los animales y los objetos allí representados adquieren otra lectura: el toro, el perro, la serpiente, el escorpión, el cuervo, el propio Mitra e incluso una copa y el león que también aparecen en ocasiones sería representaciones de las constelaciones de Tauro, Canis Minor, Hidra, Escorpio, Corvus, Perseo, Crater y Leo.
Excepto esta última, todas estas constelaciones se hallaban en el ecuador celeste cuando el sol se encontraba en Tauro durante el equinoccio de primavera, en torno al 2.000 a.C. De este modo, según Ulansey, la tauroctonía significaba “el fin del reino del toro (Tauro) como la constelación del equinoccio de primavera y el comienzo de una nueva era. Las otras figuras de la tauroctonía representan todas las constelaciones cuya especial posición en el cielo también terminó por la fuerza de la precesión. Matando al toro, Mitra estaba moviendo todo el Universo. Más aún, aquel poder permitía vencer las fuerzas del destino residente en las estrellas y garantizar al alma un paso seguro a través de las esferas planetarias después de la muerte”.
Aunque algunos autores, como el experto Walter Burkert, no ven clara esta interpretación, la hipótesis “estelar” cuenta con otras evidencias notables que la apoyan. De hecho, los estudiosos saben perfectamente que la astrología jugaba un papel importante en muchos iniciados en el mitraísmo. Así se desprende, por ejemplo, de varias inscripciones encontradas en distintos mitreos. En una de ellas un iniciado es recordado como studiosus astrologiae (estudioso de la astrología), mientras que en otra, un Pater (el grado más alto dentro de los Misterios mitráicos, ver anexo al final) llamado Nonius Olympius es descrito como “devoto del cielo y de las estrellas”.
En definitiva, lo más probable es que las distintas lecturas iconográficas de las obras mitraicas sean a un mismo tiempo correctas y complementarias, tal y como señala la historiadora italiana Luisa Musso: “Un intento por leer la tauroctonía revela una imagen con muchos significados, que puede ser entendida a distintos niveles. Desde la fase esencialmente esotérica, uno pasa a una interpretación en términos cósmicos (Mitra creador del Universo), y finalmente llega al nivel de exégesis astrológica, que es casi una nota al pie de página para eruditos”.
De una forma u otra, y mientras avanzan las investigaciones, lo único seguro es que este misterioso culto desapareció a finales del siglo IV, víctima de sus propias características y del creciente poder de su gran enemigo: el cristianismo. El éxito de los seguidores de Cristo terminó por sepultar –en el caso del mitreo de San Clemente de forma literal– a los Misterios de Mitra, cuyos secretos continúan hoy lejos de ser desvelados por completo.
ANEXO
LOS 7 GRADOS DEL MITRAÍSMO
Al igual que en el resto de cultos mistéricos, en los Misterios de Mitra se accedía únicamente después de la participación en rituales de iniciación. Sin embargo, en el caso de los seguidores de Mitra se daba la circunstancia de que existían siete grados distintos, creando una compleja jerarquía no existente en otros Misterios. Los fieles de este dios –mayoritariamente legionarios, comerciantes y burócratas romanos– se sometían a distintos ritos iniciáticos (cuyo contenido es poco conocido, por su carácter secreto) para acceder a cada uno de los grados: Corax (Cuervo), Nymphus (esposo o novio), Miles (soldado), Leo (león), Perses (Persa), Heliodromus (emisario del sol) y, finalmente, Pater (el padre).
Bibliografía:
* BOYLE, Leonard. A short guide to St. Clement's, Rome. Ed. Collegio San Clemente. (Roma, 1989).
* ALVAR, Jaime. Los misterios. Religiones "orientales" en el Imperio Romano. Ed Crítica. (Barcelona, 2001)
* BURKERT, Walter. Cultos mistéricos antiguos. Ed. Trotta. (Madrid, 2005).
* ULANSEY, David. The origins of the mithraic mysteries. Oxford University Press. (Nueva York, 1989)
* VV. AA. Cristianismo primitivo y religiones mistéricas. Ed. Cátedra. (Madrid, 2007)
* Mitraísmo (Wikipedia).
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La Villa de los Misterios de Pompeya
En 1910, los arqueólogos que trabajaban "rescatando" de las cenizas los restos de la célebre ciudad de Pompeya, sacaron a la luz los cimientos de una antigua villa romana. Al igual que el resto de la ciudad, dicha villa había sido devorada por la furia del Vesubio, que entró en erupción en el año 79 d.C.
Poco después de su descubrimiento su fama se extendió por todo el mundo, y sus bellas pinturas adquirieron un protagonismo excepcional, y terminaron por dar nombre a la vivienda. Dichas pinturas –un fresco copia de una obra griega más antigua– ocupan las paredes de un salón de seis por nueve metros, en las que descubrimos numerosas figuras femeninas en distintas actitudes.
Desde su descubrimiento, los investigadores han interpretado la escena como una iniciación a los Misterios de Dionisio (Baco), uno de los cultos mistéricos de la antigüedad (en un post anterior ya hablé de los Misterios de Eleusis). Este sería, por tanto, el motivo de que la villa tenga ese nombre.
Lo cierto es que resulta difícil no sentirse "atrapado" por el aire enigmático de dichas pinturas y hoy en día constituye uno de los principales atractivos de Pompeya a ojos de los turistas. Sin embargo, últimamente existe una polémica sobre el auténtico significado del fresco. Aunque la mayor parte de los estudiosos sigue opinando que las imágenes representan una iniciación a los Misterios, algunos autores, como Paul Veyne, se oponen a esa interpretación, y proponen otra hipótesis: las imágenes mostrarían la preparación de una joven ante su boda.
Si queréis profundizar en ambas hipótesis, os recomiendo estos dos libros: por un lado, La villa de los Misterios de Pompeya, de la filóloga y psicóloga alemana Linda Fierz-David, recientemente editado por Atalanta y en el que se defiende la teoría de la iniciación dionisíaca; en segundo lugar, Los misterios del gineceo (ed. Akal, 2003), que incluye un extenso capítulo titulado "El llamado fresco de los Misterios de Pompeya" del citado Paul Veyne, donde argumenta la visión contraria.
El tema de los cultos mistéricos de la Antigüedad es a un mismo tiempo complejo y fascinante, y en muchos casos estas prácticas iniciáticas dejaron tras de sí bellas representaciones artísticas. En próximas entradas os mostraré alguna de estas obras.
Entradas relacionadas: Los Misterios de Eleusis
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Los misterios de Eleusis
Cuando estuve en Grecia el año pasado, mi agenda de viaje tenía marcada -entre otros muchos lugares- una visita ineludible: el Museo Arqueológico de Atenas. El edificio -cuya visita recomiendo encarecidamente- alberga una cantidad enorme de piezas de gran interés. Sin embargo yo estaba especialmente interesado en dos de ellas. Hoy he pensado escribir una entrada sobre una de las dos (la otra no guarda relación con este blog).
Se trata de un relieve escultórico del siglo V a.C. Sobre la piedra tallada aparecen representadas tres figuras. Las dos femeninas se identifican con Deméter (diosa de la agricultura) y su hija Perséfone, mientras que la que se encuentra en el medio corresponde a un joven llamado Triptolemo. Aparentemente la escena no posee nada excepcional -excepto por su calidad artística-, y a primera vista parece otra escena mitológica más, de las muchas que se encuentran en el museo. Sin embargo, el relieve nos está mostrando, nada más y nada menos, una iniciación relacionada con los Misterios de Eleusis.
Dichos Misterios consistían en unos rituales de iniciación vinculados a las diosas Deméter y Perséfone, y que se realizaban en la ciudad de Eleusis (actual Elefsina), a unos 20 kilómetros de Atenas. Antes de profundizar un poco en ellos, es necesario que repasemos, aunque sea brevemente, la historia de estas dos diosas.
Mientras juega con otras jóvenes, Perséfone es secuestrada por Hades, dios del inframundo, quien la obliga a convertirse en su esposa. Cuando Deméter descubre que que su hija ha desaparecido, comienza a buscarla desesperadamente. El Sol, que había presenciado el secuestro, informa de lo ocurrido a la diosa. Cuando descubre lo sucedido, Deméter, decide dejar el Olimpo y se traslada a Eleusis, haciéndose pasar por una anciana.
Allí comienza a trabajar como nodriza en casa de Céleo, cuidando a su hijo Demofonte. La diosa decide convertir al niño en dios, y para ello le alimenta con néctar y ambrosía, y lo pasa por encima del carbón encendido para eliminar su parte mortal. Pero su madre le espía y al ver que mete al niño en el fuego, grita, angustiada. Deméter deja al niño y renuncia a convertirlo en dios. Muestra su auténtica naturaleza divina y pide a los humanos que le erijan un templo. Una vez construido, Deméter se refugia en él, irritada, y la vegetación deja de crecer, rompiéndose así el orden de las cosas. Los hombres mueren de hambre y los dioses no reciben ofrendas.
Zeus, cansado de la situación, pide a Hades que devuelva a Perséfone. El dios del inframundo acepta, pero antes engaña a la joven dándole a comer granos de granada, por lo que se verá obligada a pasar parte del año con su madre, y el resto con su marido, Hades. Por este motivo, año tras año, cuando Perséfone regresa, Deméter vuelve a cubrir la tierra de flores y frutos. Resuelta la disputa, Deméter instaura los Misterios –convirtiendo a Triptolemo, hermano de Demofonte, en uno de los primeros iniciados– y regresa al Olimpo. (Relato resumido de la información publicada en esta web).
El relieve conservado en el Museo Arqueológico de Atenas representa, en recuerdo de la historia que acabo de relatar, la iniciación de Triptolemo a los Misterios.
En la actualidad, es poco lo que saben los historiadores sobre lo que ocurría durante los ritos internos de Eleusis. Los iniciados se debían a un solemne juramento de secreto, por lo que la información que se posee está relacionada en su mayoría con la parte externa de los Misterios.
Éstos se celebraban en dos ocasiones anuales: los Misterios Menores y Misterios Mayores. Los primeros tenían lugar en torno al mes de marzo (anthesterion) y los mayores en el mes de septiembre (boedromion), prolongándose durante nueve días. En ambos casos el culto se iniciaba con una peregrinación que partía desde el kerameikos (el cementerio de Atenas) hasta el santuario de Eleusis. Durante el viaje los participantes pasaban por enclaves significativos para la celebración, que estaban provistos de un profundo significado.
Los ritos más importantes eran los que se celebraban durante los Misterios Mayores. Éstos comenzaban el día 14 de septiembre con la peregrinación desde Atenas. Dos días después los participantes se bañaban en la bahía de Eleusis. Al día siguiente se realizaban los sacrificios y se ayunaba, al tiempo que tenían lugar juegos en honor de las divinidades. Después, el día 20, y en una ceremonia con menor afluencia –solo asistían aquellos que iban a ser iniciados– tenían lugar unas reuniones secretas, celebradas en el Telesterion, el gran templo de Eleusis. En ellas se cree que se suministraba ciertas sustancias psicotrópicas a los participantes, lo que les provocaba un estado alterado de conciencia, experimentando así vivencias místicas.
Algunos historiadores han sugerido recientemente que el kykeon, la sustancia que ingerían los iniciados, podía ser el hongo del cornezuelo, que puede estar presente en los cereales, y que tiene efectos psicoactivos. Fuera de esta forma, o mediante revelaciones de los epóptai ("los hombres que han visto"), sacerdotes de mayor rango en los Misterios, lo cierto es que aquellos que se iniciaban vivían una experiencia impactante, que les dejaba profundamente marcados.
También se ha teorizado mucho sobre el contenido de las revelaciones recibidas durante la iniciación. Sin embargo, y como consecuencia del secreto impuesto a los iniciados y a la poca concreción de los escasos relatos existentes, es poco lo que se sabe con seguridad. De cualquier forma, muchos estudiosos coinciden en que los secretos revelados durante los Misterios de Eleusis estaban relacionados con la existencia de una vida futura después de la muerte.
Os animo a que busqueis más información sobre el tema, puesto que lo publicado aquí es una aproximación muy breve e incompleta. Además de lo que podáis encontrar por la red, os recomiendo el libro Eleusis, de Karl Kereny, publicado en España por la editorial Siruela.