Astrología en el arte (I)
Desde los primeros siglos, la Iglesia mostró un profundo rechazo hacia la astrología. El mismísimo san Agustín, en sus escritos, arremetió duramente contra esta práctica, que él mismo había utilizado en su juventud, y que consideraba contraria a la doctrina cristiana. El santo de Hipona no fue el único y muchos otros padres de la Iglesia se sumaron a esta condena, atacando especialmente la astrología judiciaria (la encargada de estudiar los efectos de los cuerpos celestes sobre los hombres, así como el vaticinio de hechos futuros), pues se enfrentaba a la providencia divina.
Si los culpables del comportamiento humano (tanto pecados como buenos actos) eran los astros, las personas carecían de libre albedrío y por tanto los premios o castigos divinos perdían toda razón de ser. Esta circunstancia suponía un desafío a la omnipotencia de Dios, y no resulta extraño que la Iglesia se manifestara tan claramente en contra.
Sin embargo, las influencias que recibió la cultura cristiana eran muy fuertes, y muchos «nuevos cristianos» seguían acudiendo a astrólogos en muchas ocasiones, por lo que finalmente incluso parte de la Iglesia se vio obligada a aceptar que fe y astrología podían ser compatibles. Se argumentó que efectivamente los astros ejercían su influencia sobre el hombre, aunque sólo sobre su parte material, y nunca sobre su alma. Esta aceptación se incrementó en la Edad Media y de forma especial en el Renacimiento. En aquella época era común que personajes importantes, como nobles y monarcas, solicitaran la realización de un horóscopo personal. Esta costumbre, aunque pueda resultar asombroso, se aplicaba también a destacados miembros de la Iglesia, pontífices incluidos.
Este es el caso del papa Julio II quien, según todas las fuentes, fue un fervoroso creyente y un estudioso de la disciplina astrológica. Tanto es así, que esta pasión puede astrearse en algunas de las obras de arte que encargó. En 1508, el pontífice encargó a un joven Rafael la decoración de la Estancia de la Signatura, en la que trabajó hasta 1511, destacando especialmente el célebre fresco La Escuela de Atenas, una de las obras más visitadas de los Museos Vaticanos –con permiso de la Capilla Sixtina–. Utilizada como sede del del Tribunal Eclesiástico, cuenta –además de con La Escuela..., que alude a la Filosofía–, con alegorías de la Teosofía, la Poesía o la Justicia y otros pasajes.
Pero la que quizá sea la figura más interesante (al menos para nosotros) suele pasar desapercibida para los turistas, subyugados por La Escuela de Atenas. Se trata de una figura femenina, acompañada de una esfera celeste –en la que se aprecian claramente estrellas y constelaciones–, que representa a Urania, la musa griega de la astronomía y la astrología. Pero lo más curioso de todo es que no se trata de una simple alegoría, y las cuerpos celestes plasmados en la esfera no han sido escogidos al azar, sino que tienen un significado muy concreto.
Las últimas investigaciones han revelado que el mapa celeste contiene un mensaje: llevado por su interés por la astrología, Julio II pidió a sus astrólogos que calcularan la fecha más propicia para su «coronación» como pontífice. Este día fue el 31 de octubre de 1503 y, precisamente, la esfera que acompaña a Urania está representando, fielmente, el aspecto del firmamento nocturno de aquel día, tres horas después de la puesta de sol. Entre las constelaciones representadas destaca Pegaso, un signo vinculado a la inmortalidad. Al estar presente en la fecha de su elección como Papa, indicaba que Julio II gozaría de un mandato próspero y fructífero.
El fresco de Rafael no es la única obra de arte encargada por el pontífice que posee influencias astrológicas. Julio II es recordado por haber dado inicio a la construcción de la nueva basílica de San Pedro del Vaticano y los historiadores saben hoy, tras diversos estudios, que el Papa solicitó a los astrólogos que elaboraran un horóscopo para determinar la fecha y hora más indicada en la que se debía celebrar la ceremonia de fundación del templo.
En la actualidad la astrología se reduce –por norma general– a los horóscopos que se publican a diario en multitud de periódicos y revistas, como un simple divertimento o curiosidad. Sin embargo, algunos estudiosos, como Aby Warbug (sobre quien ya dije que pienso dedicar un artículo monográfico) o Fritz Saxl señalaron la necesidad de prestar atención a la notable relación arte-astrología. Como sucede con otras muchas cuestiones que suelo tratar aquí, no importa si estas creencias son meras supersticiones, carentes de fundamento y sin el más mínimo respaldo científico. Lo importante es que muchas personas, a lo largo de la historia, si creyeron en ellas como algo real y efectivo, y esto provocó, entre muchas otras cosas, la creación de magníficas obras de arte que todavía podemos disfrutar.
La presencia de elementos astrológicos en la Historia del Arte es sumamente notable y abundante, así que poco a poco iremos viendo aquí algunos de los ejemplos más notables.
Bibliografía:
* QUINLAN-MCGRATH, Mary. «The foundation horoscope(s) for Saint Peter's Basilica, Rome, 1506: choosing a tima, changing the Storia». Isis magazine, 2001, vol. 92, nº 4. University of Chicago Press.
* YARZA LUACES, Joaquín. Formas artísticas de lo imaginario. Ed. Anthropos. Barcelona, 1987.
* ESTEBAN LORENTE, Juan Francisco. Tratado de iconografía. Ed. Istmo.
* MONTERO, Santiago. Cristianismo y astrología en los siglos IV-V d. C.: Oriente y Occidente. Universidad Complutense.
* GOMBRICH, E. H. Imágenes simbólicas. Ed. Debate. Madrid, 2001.
* MÂLE, Emile. El arte religioso del siglo XIII en Francia. Ediciones Encuentro. Madrid, 2001.
William Blake: poeta, pintor, místico y visionario
Sin lugar a dudas, el británico William Blake ha pasado a la historia como uno de los artistas más excepcionales y singulares de los últimos siglos. Blake fue uno de esos personajes adelantados a su tiempo, incomprendidos y despreciados por la mayoría de sus contemporáneos, a pesar de la indudable calidad artística de sus poemas y grabados. Fue considerado un personaje excéntrico, y no tuvo la oportunidad de disfrutar del éxito y el reconocimiento de su arte, lo que le llevó siempre a vivir en el umbral de la pobreza.
Por otra parte, y esta es la faceta que más nos interesa en ARS SECRETA, Blake constituye un magnífico ejemplo de cómo las creencias esotéricas suponen, en ocasiones, una influencia determinante en la creación artística de un genio. En este sentido, el brillante artista británico encarna lo que podríamos llamar el prototipo de «artista-mago», pues no en vano sus visiones sobrenaturales, sus peculiares creencias religiosas y su interés por la mitología y el ocultismo, posibilitaron que hoy podamos disfrutar de algunas de las obras más hermosas, sugerentes e inquietantes de toda la historia del arte.
Un niño tocado por lo sobrenatural
William nació en 1757, siendo el segundo de cinco hijos, aunque su hermano mayor falleció cuando él era aún muy niño. El pequeño Blake creció en una familia de clase media, y ya desde sus primeros años de vida se vio influido por creencias un tanto singulares. Su madre, Catherine Wright, había estado casada anteriormente, y tanto ella como su primer marido habían profesado la fe de la Moravian Church (Iglesia o Hermandad de Moravia), una secta cristiana que tenía sus raíces en las doctrinas religiosas de Jan Hus, un sacerdote del siglo XIV, auténtico precursor del protestantismo, que reivindicaba un retorno al cristianismo primitivo y que criticó duramente a la Iglesia romana, lo que provocó su condena y ejecución en la hoguera por hereje. Cuando el primer marido de su madre falleció, ella abandonó la Iglesia de Moravia, pero indudablemente la pertenencia temporal a dicha secta tuvo que dejar su huella de alguna manera.
De hecho, cuando ya estaba casada con James Blake, el padre de William, ambos se integraron en otro grupo religioso minoritario, una secta conocida como los Dissenters (Disidentes), que rechazaba la autoridad de la Iglesia anglicana. Estas particulares creencias de sus progenitores debieron marcar, sin duda, los primeros años de la vida de Blake, continuamente en contacto con las Sagradas Escrituras y con una visión particular de las mismas.
Tampoco tardaron mucho en hacer acto de presencia las visiones sobrenaturales que le acompañarían el resto de su vida y que tanto influirían en su producción artística. Según sus biógrafos, la primera de estas visiones se produjo cuando William tenía sólo ocho o nueve años. Mientras paseaba por Peckham Rye, el futuro artista vio ante sus ojos «un árbol repleto de ángeles, con cada una de sus ramas adornada por hermosos destellos como estrellas». El pequeño corrió a casa para contarlo, creyendo que sus padres se alegrarían de que su hijo hubiera sido bendecido con un don semejante, pero su padre no lo vio así, y a punto estuvo de propinarle una paliza si no hubiera sido por la intervención de su madre.
Pero a pesar de este pequeño incidente y de las profundas convicciones religiosas de sus progenitores, éstos poseían un carácter liberal. Así, al ver las extraordinarias y precoces aptitudes artísticas de su hijo, le ayudaron y alentaron para que siguiera desarrollándolas. Tampoco en este sentido fue Blake un niño normal. En lugar de acudir a la escuela como el resto de los niños de su edad, sus padres decidieron que lo mejor para él era que recibiera la educación en su casa, con su madre, teniendo en cuenta su «peculiar» personalidad. A pesar de esta falta de formación convencional, Blake tenía grandes inquietudes intelectuales y unas enormes ansias de aprender. De hecho, el futuro artista devoraba un libro tras otro, aunque siempre sobre temas que eran de su agrado.
Como complemento a esta formación casi autodidacta, su padre decidió inscribirlo en clases de dibujo, de forma que pudiera desarrollar su talento como dibujante. Allí comenzó a copiar láminas de templos y esculturas clásicas. Además, cuando la exigua situación económica de la familia lo permitía, su padre le compraba reproducciones de artistas del Renacimiento como Rafael, Durero o Miguel Ángel, artista este último que influyó de forma notable en sus representaciones anatómicas del cuerpo humano.
Con sólo catorce años, William dio un paso más en su incipiente carrera artística. Entró a formar parte, como aprendiz, del taller de James Basire, un grabador londinense, con quien aprendió las técnicas tradicionales de esta técnica. Dos años más tarde, con dieciséis años, Blake realizó su primera obra de cierta relevancia, en la que se aprecian ya algunas de las características que habrían de caracterizarle el resto de su vida: un marcado simbolismo y la plasmación de una temática religiosa, pero con tintes legendarios y místicos. Se trata de José de Arimatea entre las rocas de Albión, en la que aparece el fiel discípulo de Jesucristo tocado con un gorro frigio —propio de los magos de oriente—. El propio Blake identificó a José de Arimatea como «uno de los artistas góticos que construyeron las catedrales durante lo que llamamos la Edad Oscura». El grabado es una alusión, además, a una antigua tradición griálica, de época medieval, según la cual José de Arimatea huyó de Tierra Santa tras la muerte de Jesús, llevándose consigo el Grial en el que había recogido la sangre de Cristo durante la crucifixión. Después de un largo viaje habría llegado a tierras británicas, creando el que sería el primer templo de la Cristiandad, la abadía de Glastonbury, donde habría ocultado la copa sagrada y creado una orden de caballeros para custodiarla.
Cuando Blake ya dominaba los rudimentos de la técnica del grabado, su maestro Basire le encargó la realización de dibujos preparatorios de iglesias góticas de la ciudad, por lo que el joven pasó mucho tiempo elaborando diseños de esculturas y relieves medievales. Fue así como comenzó a frecuentar los alrededores de la abadía de Westminster, escenario de otra de sus visiones sobrenaturales. Según su propio relato, en aquella ocasión pudo contemplar una «numerosa procesión de monjes, acompañados de una bella música coral».
Aunque los historiadores del arte no se atreven a afirmarlo con rotundidad, es muy posible que algunos de los grabados de Blake como aprendiz sirvieran para ilustrar la obra del historiador y experto en mitología Jacob Bryant. En concreto para su libro A new system or an Analysis of Ancient Mithology (Un nuevo sistema o un análisis de mitología antigua). En este trabajo el historiador defendía una tesis bastante extendida en su época, según la cual el monoteísmo existente en el Antiguo Testamento acabó derivando en un politeísmo relacionado con la adoración al Sol después del Diluvio Universal, de modo que todos los héroes y dioses paganos procedían de esta adoración al astro rey. Con seguridad, el trabajo de Bryant influyó en las creencias de Blake, puesto que años más tarde, en 1809, el artista defendió la autoridad del historiador en este sentido.
Ocho años después de su ingreso como aprendiz en el taller de Basire, en 1779, Blake consiguió una plaza en la Royal Academy. Afortunadamente para los escasos recursos familiares, no tenía que abonar ninguna cuota, aunque sí debía costearse los materiales que tenía que utilizar. Fue allí, en la Royal Academy, donde mostró otra de sus particulares facetas, la de su espíritu rebelde y contestatario. Allí no dudó en enfrentarse y criticar duramente al presidente de la Academia, Joshua Reynolds. Este era un enconado defensor de la obra de pintores como Rubens, cuyo estilo estaba de moda en ese momento. Frente a este tipo de arte, Blake reivindicaba las obras de sus admirados pintores renacentistas, como Rafael y Miguel Ángel. Además, incluía entre sus influencias a artistas como John Henry Fuseli, a quien vimos hace unos días.
Sin embargo, la rebeldía de Blake no se limitaba al ámbito artístico, sino que dio sobradas muestras de poseer un pensamiento progresista y revolucionario. Blake era un defensor de la Revolución Francesa —aunque más tarde quedó decepcionado con los derroteros que terminó adquiriendo—, en cuyos fines tenía puestas muchas esperanzas, e igualmente simpatizaba con la causa de las colonias americanas que buscaban la independencia de Inglaterra.
Sus ideas políticas —que como veremos luego resultan indisolubles de sus particulares creencias religiosas— le causaron más de un problema. En cierta ocasión criticó duramente al rey de Inglaterra, lo que le costó una investigación y una acusación por alta traición contra la Corona, aunque finalmente resultó absuelto de los cargos.
Blake dio muestras también de un pensamiento muy avanzado para su época en cuanto a ciertas libertades y derechos sociales. Así, por ejemplo, el artista despreciaba la discriminación sexual, y durante toda su vida —y en parte de su obra— peleó por conseguir la igualdad de la mujer y su derecho a liberarse del yugo que suponía el matrimonio tradicional sin amor, defendiendo igualmente su derecho a la liberación sexual. En 1793 William publicó su poema Visions of the daughters of Albion (Visiones de las hijas de Albión), en el que criticaba duramente la «absurda crueldad de la castidad y el matrimonio de conveniencia, defendiendo el derecho de la mujer a su autorrealización».
Además de esta faceta «feminista», el artista estaba radicalmente en contra de la esclavitud. Todas estas ideas procedían en buena medida —y se vieron alimentadas— por su relación con numerosos personajes contestatarios de la época, algunos de los cuales compartieron inquietudes y amistad con él.
En 1782 Blake conoció al que sería su patrón durante años, el escultor John Flaxman. Ese mismo año, y tras un desengaño amoroso, William conoció también a Catherine Boucher, la que terminaría convirtiéndose en su fiel compañera y esposa hasta el fin de sus días. Cuando se casaron, Catherine era prácticamente analfabeta, pero Blake le enseñó a leer y escribir, y años más tarde demostró ser una excelente ayudante, coloreando los grabados de su marido y participando con él en su brillante creación artística. Sabemos, por ejemplo, que fue ella quien en muchas ocasiones decoraba con su caligrafía los poemas que escribía su esposo, que iban acompañados de sus hermosos e inquietantes grabados a color.
Durante todos estos años, las sobrenaturales visiones de Blake, lejos de desaparecer, fueron aumentando en fuerza y frecuencia. Estas experiencias, que podríamos calificar de místicas o paranormales, no se reducían a visiones espirituales, sino que le servían de inspiración y ayuda en la creación artística. En 1787, por ejemplo, comenzó a utilizar una nueva técnica de impresión, creada por él, que según su propio testimonio le había sido revelada durante una visión en la que se le apareció el espíritu de su hermano Robert, quien había fallecido siendo él un niño.
Como digo, estas visiones eran algo habitual en su vida, y tanto su mujer como algunos de sus amigos más cercanos estaban acostumbrados a lo que, para el resto de la gente, no eran sino excentricidades de un artista extraño y desequilibrado. En cierta ocasión un amigo acudió a visitarlo a su casa y lo encontró en su habitación de trabajo con semblante serio y concentrado, sumido en un absoluto silencio. Su amigo le habló y Blake le contestó susurrando: «No me molestes, tengo a alguien posando.» Su amigo le respondió que él no veía a nadie, y el artista le replicó: «Pero yo sí le veo. Es Lot. Puedes leer sobre él en las Escrituras. Está posando para su retrato».
Por lo que sabemos a través de sus biógrafos, los relatos de su esposa y sus propios textos, Lot no fue el único visitante del «más allá» que posó para sus obras. Fueron muchos los «espíritus» que participaron de esta forma en su creación artística. Entre los personajes que se le aparecían frecuentemente se encontraban algunos pintores afamados, en especial artistas que él admiraba y a los que invocaba para pedir su ayuda y consejo. También abundaban las visiones de cortes angélicas.
Uno de los especialistas que más a fondo ha estudiado la obra de Blake, David Erdman, describe una de las visiones protagonizadas por Blake cuando tenía más de cincuenta años, en la que contempló durante el amanecer «una innumerable procesión de huestes celestiales que proclamaban a su paso: 'Santo, Santo, Santo es el Señor Dios Todopoderoso'».
Pero sería un error considerar únicamente la obra pictórica y literaria de Blake en función de estas increíbles visiones que sólo él era capaz de presenciar. En realidad, Blake estuvo profundamente influido por diversas doctrinas esotéricas que plasmó de formar inigualable en sus obras.
Boehme, Swedenborg, gnosticismo y masonería
Fruto de estas particulares creencias es su trabajo Songs of experience (Canciones de experiencia), de 1794. En él se aprecia ya uno de sus motivos recurrentes, su distinción entre el Dios del Antiguo Testamento, cruel y sanguinario, a quien identifica con el Demiurgo de los gnósticos y platónicos, y el Dios del Nuevo Testamento, Jesucristo.
En este sentido, Blake da muestras de coincidir de forma notable con las doctrinas gnósticas. Para él, el mundo visible por los sentidos no era más que un envoltorio engañoso e irreal que ocultaba la verdadera realidad espiritual. Gracias a su don, él era capaz de percibir la auténtica naturaleza de la existencia, de modo que se impuso a sí mismo la tarea de crear un simbolismo visual que le permitiera expresar esta Verdad percibida a través de sus visiones espirituales.
En 1784, tras la muerte de su padre, Blake y uno de sus hermanos adquirieron un local y montaron una imprenta, lo que le permitió llevar a cabo sus aspiraciones artísticas y espirituales. Además, entre las numerosas lecturas de Blake se encontraban los escritos de Jacob Boehme, un místico y esoterista alemán de finales del siglo XVI y comienzos del XVII que, al igual que Blake, sufrió numerosas visiones de tipo espiritual.
Boehme aseguraba en sus doctrinas que la Humanidad, en un principio bendecida con una existencia divina en una especie de Paraíso, había «caído» a un estado de pecado y sufrimiento. Sin embargo, Boehme creía que esta «separación» de Dios era necesaria para la Humanidad, que debía experimentar el deseo, el conflicto y el conocimiento del bien y el mal. De este modo, se conseguiría una situación más perfecta que la del original «Estado de la Inocencia». Pero, además, defendía que Cristo no había muerto en la cruz para redimir nuestros pecados, sino únicamente como un ofrecimiento de amor, y sugería que, sin la Creación, Dios habría sido imperfecto.
Por otro lado, las obras de Blake evidencian también un profundo conocimiento de la tradición alquímica y, posiblemente, de determinadas doctrinas masónicas. En esta misma línea, tenemos constancia de la gran influencia que ejercieron las doctrinas de Emanuel Swedenborg (1688-1772) en él y su esposa, influencia que terminaría por quedar plasmada en sus poemas y grabados. Swedenborg fue un brillante científico, filósofo y teólogo sueco de gran importancia en su época. Hijo de un obispo luterano, Swedenborg se trasladó a Londres y extendió por Inglaterra sus particulares visiones espirituales. El filósofo y científico sueco posee una biografía tan interesante como la de Blake, y daría para escribir más de un libro. Sin embargo, baste con señalar aquí que creó su propia Iglesia, la Swedenborgian New Jerusalem Church, que llegó a tener numerosos seguidores.
La Iglesia y las creencias de Swedenborg, que se apartaban notablemente de la Iglesia anglicana establecida, estaban plagadas de referencias ocultistas y prácticas espiritistas. Swedenborg planteaba una «iluminación espiritual», y sus enseñanzas proponían que una nueva revelación estaba a punto de sustituir a las creencias corruptas perpetuadas por las anteriores Iglesias cristianas. Para el filósofo sueco, habían existido hasta el momento cuatro épocas espirituales: la Adamita, la de Noé, la judía y la de la Iglesia cristiana. Para Swedenborg la Iglesia cristiana estaba llegando a su final, y el hueco que iba a dejar sería rellenado por su Iglesia de Nueva Jerusalén.
Por si fuera poco, la Iglesia de Swedenborg contaba con numerosos miembros de ideas que, para la época, podríamos considerar como radicales. Aunque su doctrina no hacía mención a política de ningún tipo, muchos de sus seguidores encarnaban esta faceta «radical». En consecuencia, además de por las duras críticas contra las instituciones eclesiásticas, la Iglesia de Nueva Jerusalén se vio imbuida por una fuerte politización, quedando —al parecer sin que Swedenborg participara de ello— marcada por su simpatía y defensa de la Revolución Francesa y la rebelión de las colonias americanas contra el yugo inglés, puntos de vista que, como ya expliqué, también compartía Blake.
Esta faceta política de la doctrina de Swedenborg, desarrollada por algunos de sus seguidores, se vio aumentada por la presencia en sus filas de algunos personajes pertenecientes a ciertas logias masónicas. Así, sabemos que algunos miembros de la Sociedad masónica de Avignon, fundada en 1779 por Antoine-Joseph Pernety y el conde Grabianka, recalaron en Londres y entablaron contacto directo con la Iglesia de Swedenborg. Esta logia, más tarde reformada en la Académie des Illuminés Philosophes, mezcló elementos swedenborgianos y doctrinas cabalísticas con ritos masónicos y otras filosofías.
Pero ¿cuál es la relación de Blake con todo esto? Pues bien, hoy los historiadores saben que gracias a la mediación de su patrón, John Flaxman, y a su amigo William Sharp, el artista entró a formar parte de la Iglesia de Swedenborg. Entre los documentos recuperados por los historiadores destaca uno en el que se referencia que, el 14 de abril de 1789, Blake y su esposa Catherine participaron en la Primera Conferencia General de la Iglesia Nueva Jerusalén, celebrada en un local del East End londinense y que se prolongó durante cuatro días. Estas creencias y doctrinas pueden verse plasmadas en algunas obras de Blake, como Jerusalem, una obra en la que habla de una «Jerusalén en cada hombre individual».
La mitología de Blake y sus libros proféticos
Otra de las creaciones de Blake que nos interesan son los llamados «libros proféticos», una serie de trabajos poéticos de difícil interpretación en los que dio rienda suelta a una mitología ideada por él mismo, en la que se aprecia una indudable influencia bíblica, pero también de otras de sus creencias esotéricas y, por supuesto, de sus visiones sobrenaturales.
Entre estos trabajos destaca Continental Prophecies, compuesto por tres obras, American Prophecy (1793), Europa a Prophecy (1794) y The song of Los (1795). Todas estas creaciones son un inmejorable ejemplo de la conjunción de sus radicales ideas políticas y espirituales. En ellas también tiene cabida su profecía del advenimiento de una Nueva Era, recogiendo así parte de las ideas de Swedenborg.
Entre los personajes que pueblan su mitología destaca Urizen, uno de los cuatro Zoas que surgieron de la división del Ser Primordial, Albión. Parece ser que el nombre es una adaptación de la frase Your reason (Tu razón), que en inglés se pronuncia de forma muy similar a Urizen. Esta divinidad es indudablemente una representación del Demiurgo gnóstico, y también parece tener algunos elementos tomados de la visión de la masonería especulativa del Gran Arquitecto del Universo —recordemos la presencia de masones en la Iglesia de Swedenborg—. Así, lo vemos representado en numerosas ocasiones con el compás de geómetra, creando el mundo material que luego abandona a su suerte.
Poco después de comenzado el nuevo siglo, y gracias también a un joven artista llamado John Linnell, Blake entró en contacto con Samuel Palmer, miembro de un grupo de pintores que se hacían llamar Shoreham Ancients (los Antiguos de Shoreham). Fruto de esta relación, los «Antiguos» quedaron profundamente influidos por la obra de Blake, y se convirtieron en una especie de fieles discípulos del artista y su peculiar visión del arte y la espiritualidad, hasta su muerte. Los «Antiguos» también creían en la inminente llegada de una Nueva Era espiritual y artística.
El fin de un genio
En agosto de 1827, sumido en la pobreza, William Blake se encontraba ya en su lecho de muerte. Aun así siguió trabajando hasta el último día de su vida. Según sus biógrafos y sus amigos, el día de su muerte William había estado trabajando incesantemente en sus grabados para la Divina Comedia de Dante. Su mujer Catherine permanecía sentada junto a él, con el rostro arrasado por las lágrimas. En cierto momento Blake se detuvo y, dirigiéndose a su esposa, le dijo: «Quédate quieta, Kate. Tan sólo quédate así. Dibujaré tu retrato, por haber sido siempre un ángel para mí.» Tras completar el retrato, Blake se reclinó en la cama y comenzó a cantar himnos y a recitar versos extraños. A las seis de la tarde, tras prometer a su esposa que estaría siempre junto a ella, Blake falleció.
George Richmond, uno de los «Antiguos de Soreham», que se encontraba allí en el momento de su muerte, escribió a Samuel Palmer para relatarle lo sucedido:
"Murió de la más gloriosa manera. Dijo que estaba yendo a ese lugar que había deseado ver toda su vida, y se mostró feliz, esperando la Salvación a través de Jesucristo. Justo antes de morir, su semblante se quedó muy hermoso. Sus ojos brillaron, y empezó a cantar lo que estaba viendo en el cielo".
Su esposa Catherine vivió cinco años más. Pero no estuvo sola; durante ese tiempo, dijo que William la visitaba frecuentemente.
Su obra, fantástica en todos los sentidos, no puede entenderse si no es de forma conjunta con sus visiones y sus particulares creencias, del mismo modo que sus grabados no pueden entenderse sino de forma conjunta con sus poemas. De hecho, Blake consideraba esas dos facetas de su arte como un Uno indisoluble. Para su desgracia, no fue apreciado por sus contemporáneos, y no fue hasta la segunda mitad del siglo XIX cuando comenzaron a admirar sus bellas creaciones. Fue así como influyó a otros artistas, como Rosetti, uno de los miembros de la no menos mística Sociedad Prerrafaelita.
Más información:
-The William Blake Archive (¡Imprescindible!)
-Galería de imágenes en Wikimedia Commons
Entradas relacionadas:
Un libro:
BINDMAN, David. William Blake, artista. Editorial Swan. Madrid, 1989.
PD: Sé que muchos de vosotros echaréis en falta la faceta poética de Blake en este post. Siento no poder contentaros, pero desgraciadamente mis conocimientos en ese campo son bastante limitados, y no me gustaría escribir algo que no hiciera justicia a la creación literaria de este genio. Sí me atrevo a recomendaros un pequeño libro con sus poemas (se trata de una edición bilingüe (imprescindible leerle en inglés):
-Antología bilingüe, de William Blake. Alianza editorial, 2002.
Los demonios de John Henry Fuseli
Te despiertas en mitad de la noche y, cuando te dispones a moverte o intentas abrir los ojos, descubres horrorizado que eres incapaz de mover un músculo. Quieres hablar, despertar a tu pareja o a tus padres, pero tus cuerdas vocales y tus labios se niegan a responder. Intentas gritar en busca de ayuda, pero el sonido queda ahogado en tu garganta. Si finalmente consigues elevar los párpados, es posible que tu terror se multiplique hasta los límites de lo imaginable, pues a los pies de tu cama, o junto a tu almohada, percibes una extraña figura, un ser monstruoso que te observa y que parece tener control absoluto sobre ti.
Finalmente consigues moverte. Te incorporas con el corazón desbocado, sudando copiosamente, y descubres que todo ha desaparecido. No hay nada extraño a tu alrededor. Pero ha sido tan real... Es posible que alguna vez hayas experimentado esta inquietante y terrorífica sensación. Hoy, los psiquiatras y especialistas en trastornos del sueño conocen bien estos episodios. Existe numerosa literatura científica al respecto, y los síntomas que he descrito un poco más arriba reciben el apelativo de "parálisis del sueño".
Es algo mucho más común de lo que pueda pensarse, y buena parte de la población lo ha sufrido al menos una vez en su vida. Es más habitual en personas que sufren epilepsia o narcolepsia, pero también es frecuente en individuos sanos. Muy a menudo se produce en periodos de gran cansancio, o si se ha abusado de alcohol o sustancias psicotropicas. Explicándolo en lenguaje llano, el cerebro se despierta antes que el resto del cuerpo, que permanece "bloqueado", como en algunas fases del sueño, para evitar que nos lastimemos durante sueños o pesadillas muy vívidas. Somos conscientes de todo lo que sucede a nuestro alrededor, pero no podemos mover un músculo. En este estado, suelen sumarse otras alteraciones del sueño, como alucinaciones hipnopómpicas o hipnogógicas –dependiendo de si se producen antes de quedarnos dormidos o al despertar–, y que a menudo se traducen en esas visiones de seres monstruosos que he descrito antes. Todo es una jugarreta de nuestra mente, pero la experiencia para quien la sufre es auténtica... y sumamente terrorífica.
¿Por qué os cuento todo esto? Ayer estaba releyendo uno de los blogs que suelo visitar habitualmente, Philo Ousia, y me encontré con un interesantísima entrada sobre el cuadro La pesadilla, del pintor preromántico John Henry Fuseli (la imagen que abre este post). En este artículo se analiza una de las teorías presentadas por los historiadores para explicar la extraña e inquietante escena plasmada en la pintura. En el blog que os menciono se plantea una interpretación de índole psicológica, con implicaciones sexuales, relacionada con un episodio amoroso frustrado del propio Fuseli. Es muy posible que esta interpretación sea correcta, pero indudablemente el artista aprovechó los relatos populares sobre la Old Hag (Vieja Bruja), que no es otra cosa que la explicación sobrenatural que muchas culturas han dado a lo largo de la historia a las experiencias de parálisis del sueño. Los célebres íncubos y súcubos de otras épocas.
Como digo, esta lectura me ha motivado a hablaros sobre Fuseli y su obra, plagada de seres oscuros, de demonios, espíritus y criaturas de la noche. Johann Heinrich Füssli nació en Zurich en 1741, aunque pasó gran parte de su vida en Inglaterra, por lo que es más conocido como John Henry Fuseli. Era hijo de un pintor especializado en retratos, sumamente culto y que, como es lógico, supuso una gran influencia en su futura vocación artística. Se da la circunstancia de que, además, el hogar paterno era lugar de reunión de los líderes del movimiento prerromántico Sturm und Drang (Tormenta e ímpetu): Pestalozzi, Lavater y Bodwer.
Con apenas unos años, el pequeño John pasaba el rato copiando grabados suizos de los siglos XVI y XVII, muchos de ellos de temática violenta. Algunos años después, en plena adolescencia, se adentra en escenas eróticas y macabras. Cuando finalmente se traslada a Inglaterra, comienza a representar pasajes de la obra de Shakespeare, aunque siempre escoge aquellos pasajes de carácter más oscuro y misterioso, y a menudo aplica un particular toque erótico.
Tras esta primera etapa británica emprende un viaje a Italia, pasando por Roma, y se impregna del arte de los manieristas y, en especial, de la obra de Miguel Ángel, de quien más tarde se verá profundamente influido. En su viaje de regreso a Inglaterra hizo una parada en su ciudad natal, y al recalar finalmente en Londres ingresa en la Royal Academy. En este punto su obra se hace mucho más oscura, incluyendo representaciones infernales y demoníacas, y temas fantasmales. Más o menos de esta época data La pesadilla (1781), pintura que le valió el reconocimiento y que exhibió en la Royal Academy. El éxito de esta obra fue tal que realizó varias versiones, algunas en fechas tan tardías como 1802, y décadas más tarde otros artistas realizaron grabados de las mismas. El tema de la visita nocturna de seres de pesadilla se aprecia también en El íncubo abandona a las jóvenes durmientes (1793).
Destacan también sus pinturas inspiradas en el poema El paraíso perdido, de Milton –obra que tradujo al alemán Bodwer, el amigo de su padre– y en las que también dio rienda suelta a su nutrida hueste de demonios, fantasmas y seres de pesadilla.
En los últimos años de su vida orientó su pintura hacia temas históricos y con un enfoque más realista, aunque siempre conservó su particular estilo, en algunos casos considerado por varios especialistas como anticipo del expresionismo. Sin duda alguna, la obra de Fuseli es una de las más fascinantes de su época, y es difícil evitar que su contemplación nos llene de inquietud y desasosiego. Por si fuera poco motivo para conocer más a fondo su obra, hay que decir que sus pinturas sirvieron de inspiración de otro genio extravagante, William Blake. Y ya que lo menciono, el artículo sobre el genial Blake ya está casi listo. Iba a publicarlo hoy, pero temiendo sufrir esta noche una pesadilla si no os hablaba de Fuseli, ha tenido que esperar...
-Más información:
* La pesadilla de Fuseli en una exposición sobre horror y sexo gótico
* Galería de imágenes en Wikimedia Commons
El príncipe de las tinieblas (I)
En una línea similar a lo que venía haciendo hasta ahora con la serie de El laboratorio del alquimista, me gustaría iniciar un repaso a las distintas visiones que infinidad de artistas han dado al Maligno a lo largo de la Historia del Arte.
Para comenzar con este peculiar catálogo, hoy he seleccionado dos obras de Domenico Beccafumi (1486-1551), un magnífico representante del primer manierismo a quien, por cierto, algunos estudiosos han atribuido varias obras de corte alquímico.
Las dos pinturas que quería comentar hoy –ambas comparten el título de La caída de los ángeles rebeldes– son fruto de un encargo que recibió el artista por parte de los frailes carmelitas de San Niccolo al Carmine. La primera de ellas la podéis ver justo bajo estas líneas, data de 1524 y hoy se encuentra en la Pinacoteca Nacional de Siena. Destaca la figura, en lo alto, del arcángel Miguel con la espada en alto, dominando a los ángeles caídos. Sobre él, la figura de Dios padre.
Todo parece indicar que esta primera pintura quedo inacabada, como se desprende, tal y como señalan los estudiosos, de la caótica composición de las figuras. Es posible que este fuera el motivo de que Beccafumi realizara una segunda versión, que todavía se encuentra visible en la iglesia de San Niccolo al Carmine (un poco más abajo). Efectivamente, esta otra pintura ofrece una composición más trabajada, con la figura de Dios dominando la escena, y San Miguel pisoteando a Lucifer (representado como una bestia monstruosa).
De cualquier forma, ambas pinturas resultan inquietantes, espectrales y siniestras a partes iguales. Aunque en este caso, el Maligno y sus secuaces reciban su castigo. Beccafumi me gusta especialmente porque tiene cierto "toque" que, en ocasiones, me recuerda al genial William Blake, otro artista que representó magistralmente su visión personal del Señor de las Tinieblas. Por cierto, de Blake espero ocuparme con detalle dentro de poco...